martes, 1 de abril de 2014

Highlands- Prólogo (Promo)

Aviso: Borrador sucio y sin corregir (no es la maqueta limpia de la novela publicada, ya que nunca subo lo bueno a internet por culpa de los intentos de robo que he sufrido de mis novelas ) y que se han solucionado legalmente ante la Ley. Para disfrutar de la novela puedes hacer un pedido en raycuenca@hotmail.com o contacta con la editorial  info@editorialcirculorojo.com

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 Highlands- published 2013 Editorial Circulo Rojo +18


Prólogo




Highlands, Escocia 1458.
Entre Inverness y Beauly.

  

      Telma se acurrucó contra la corteza de un árbol y sollozó rendida al miedo, al frío y a la llovizna de aquel temporal. Escuchaba los gritos de los hombres que la llevaban siguiendo desde hacía rato. Eran cazadores y ella la tierna presa. Eran seis de siete hombres, entre los diecinueve y treinta años, bárbaros que desconocían la palabra honor al haber sido despojados de sus tierras. Fugitivos que se dedicaban a robar y violar, llevados al hecho incluso a matar.
      La buscaban resentidos por la osadía que Telma había cometido contra ellos. Otro más para la lista y ni siquiera ya le importaba cometer errores en esas frías y lejanas tierras.
      Todo comenzó horas antes, cuando viajando por aquellos páramos solitarios, ella los había visto maltratar a un par de chicas muy jóvenes cerca de un cruce entre Inverness con Beauly. En mala hora el espíritu belicoso de Telma de León, castellana de sangre caliente y corazón honorable con el bolsillo vacío, hizo que al ver tal injusticia saltase sobre uno de ellos con su daga en la mano, rebanando así el gaznate de un robusto highlander que violaba a una chiquilla. El sorprendido hombre balbuceó un gruñido jadeante y llevándose sus grandes manos al cuello, cayó de rodillas en el suelo y murió desangrado como el cerdo que era.
      Los hombres que rodeaban a las asustadas chicas y que habían quedado patidifusos por el ataque contra su hermano, siendo el mayor el primero en perder la vida con tres cuartas de acero en el cuello… desenvainaron sus armas y salieron corriendo tras Telma. Fácil de atrapar, consiguieron rodearla y jugar con ella. La intimidaban dando pasos en falso, haciéndola retroceder sin escapatoria. Cada vez que chocaba la espalda con alguno de aquellos altos hombres los maldecía y pateaba. Con la misericordia en la siniestra, esperaba el momento para defenderse.
      El juego se tornó dramático cuando un fornido hombre de cabello trenzado y oscuro la empujó con desdén y otro la agarró susurrándole cosas terribles al oído que no entendía. Ese le hizo jirones la falda, otro la asió del brazo y le rompió el tirante de la camisa, el siguiente esperó impaciente su turno y cuando la tuvo entre sus brazos acarició más íntimamente las finas curvas de esa pequeña Dea de cabellos rubios, que forcejeaba por liberarse. Mareada de tanto vaivén de un hombre a otro, Telma pudo zafarse del siguiente que se masturbaba preparando su miembro. Lo golpeó con rabia en la entrepierna y aprovechando que el tipo se dobló por la mitad, gimiendo con la voz desgarrada por el dolor, escapó saltándole por encima.
      –¡Se escapa!
      –¡Eid arriba! –animó Iver, más bien divertido por la situación.
      –¡La quiero muerta! –exclamó Eideard MacCallister, apretándose los palpitantes testículos–. ¡Atrápala, atrápala por tu vida!
      Telma miró hacia atrás mientras corría sin descanso y gimió aterrada al verlos tras ella.    
      Cuando por fin los dejó atrás, ignoraba dónde se encontraba. Había salido del camino y estaba perdida. Decidió esconderse tras un árbol y pensar con claridad. Apoyada en la estriada corteza, trataba de ahogar sus jadeos. Los escuchó llegar y se obligó a mantener la calma. Estaban cerca, demasiado cerca para su gusto. Se apartó del árbol y caminó por el sendero de vegetación de helechos, siguiendo la orilla de un riachuelo hasta detenerse en un pequeño puente de madera. Ahí tomó aire con dificultad, le ardían las mejillas.
      Observó el terreno que se abría ante ella y el lugar le apareció mágicamente bello. Más allá del puente, se levantaba una pequeña casa que parecía abandonada y en mal estado. Lo primero que buscó fue una entrada, así que se fijó en las ventanas de madera que había a cada lado de una puerta maciza. Las podía ver perfectamente desde su posición, una estaba abierta y la otra ofrecía el brillo perlado de los hilos húmedos de unas telarañas, que descendían hasta media fachada derrumbada.
      Las enredaderas habían hecho de ese lugar su palacio, trepando desde el suelo para reptar hacia arriba, tapiando casi por completo el tejado y la chimenea o lo que fuera aquello. La estructura del hogar era ordinaria, no llamaba para nada la atención y puede que por eso nadie se hubiese fijado en que allí había un techo donde poder cobijarse. Telma no era tonta y aquello se le antojó un nido perfecto para esconderse durante un tiempo.
      Caminó rauda atravesando el recio puente y acarició con la yema de los dedos los bultos que sobresalían de la decoración tallada. Eran tréboles y caballos encabritados esculpidos con ternura. Detuvo su andar para mirar con sorpresa un poste de madera más o menos a la altura de sus hombros, en el que ponía:

Que la muerte vuele ágil sobre vuestra vida cuando el acero de mi espada os arrebate el último aliento.


      Telma apenas sabía leer o escribir, pero algo si pudo sacar en claro cuando entendió una palabra mientras la señalaba con el dedo, para no perderse en la dificultosa lectura.
       –Mu-er-te. –Murmuró sobrecogida, alargando las vocales.
      ¡Vamos, no era una cobarde! Allí no había nadie. Se animó a pasar el puente y  rodear lo que creyó que era una caballeriza para arrodillarse en el borde del riachuelo y así lavarse las sucias manos. Escuchó el crujir de una rama y se volteó con la daga lista para apuñalar al primero que osase tocarla, pero no vio nada amenazador y se tranquilizó.
       Cuando terminó de lavarse hizo el ademán de ponerse en pie, pero un fuerte golpe en la espalda la dejó mareada y su cabeza fue a parar dentro del agua. Una poderosa mano empujaba su nuca hacia delante, impidiendo que pudiera emerger para tomar una bocanada de aire. Telma gritó en vano, buscando por todos los medios zafarse de quien intentaba ahogarla. Se agarraba al saliente de la orilla, pero no tenía fuerza suficiente para empujar al hombre que la retenía. ¡Se ahogaba!



      Eideard MacCallister estaba detrás de ella. Apretó su cuello notando como crujía bajo sus dedos y la elevó para que pudiese respirar un poco. Sonrió por el temor que vio reflejado en los ojos de esa pobre criatura cuando lo miró.
      –¡Socorr…!
      Volvió a sumergirla unos segundos y a levantarla para que respirase de nuevo. El agua caía por su femenino rostro, mojándole el cuello y el escote. Detuvo la miraba en esos suculentos pezones apretados contra su camisa blanca, pero sucia. Sin prisa observó las delicadas formas de esa osada joven y la sonrisa mezquina hizo paso a sus intenciones más deshonrosas. Ella era terriblemente hermosa, ¿por qué no tomarla? Se lo merecía por haberlo golpeado.
      –¡Por favor, déjame ir! –gritó ella recobrando el aliento.
      –¿Por favor? –se carcajeó–. No conozco esa palabra, ¿me la repites?
      Su nuevo juguete era un manjar de dioses heráldicos. Lamió la mejilla de ella y mordisqueó el lóbulo de su pequeña oreja. Descendió hasta su frágil cuello de cisne enrojecido por el apretón y chupó con rabia.
      –Eres muy sabrosa pequeña calman, is urrainn dhuinn…
      –¡Bastardo asqueroso! –se removió presa del terror cuando su mente se bloqueó y empezó a no comprender el idioma.
      Él la tumbó de espaldas al suelo, ella rodó sobre sí misma y ambos forcejearon. Con gran esfuerzo, el highlander la volvió a tender de espaldas en la hierba y se colocó encima de ella. Apartando la ya raída falda a un lado, MacCallister se relamió fascinado por la sensualidad llamativa de aquel edén dorado. La extranjera se removió y Eid apretó el esternón de la joven con su codo, obligándola a estarse quieta. Separándole las piernas, hizo presión para que no las cerrase y apartándose el kilt rozó la hendidura de la entrada de su sexo con la cabeza de su miembro. Tan pronto como la muchacha notó aquello, gritó y le golpeó con todas sus fuerzas en la cabeza.
      –¡No, no lo hagas!
      Le arañó el cuello, el brazo y el pecho. Le golpeó con una piedra que encontró palpando en el suelo, pero MacCallister no pensaba dejarla en paz. Empujó para penetrarla, mirándola y sonriéndole con desprecio. Ese tipo de burla que te hace sentir la persona más desgraciada del universo, ese era el sello de Eideard.
      Ella consiguió morderle en el hombro y tiró de la piel deseando arrancarle la carne del mismo hueso, lo que provocó en el highlander un aullido insano de dolor. Él la golpeó sin descanso, pues jamás había tenido reparos en azotar a una mujer, es más, le gustaba tratarlas mal, matarlas a palizas si era preciso.
      Después de resistirse a cada bofetada y puñetazo, ella acabó desmayándose y Eid se detuvo con la mano en alto y jadeando del esfuerzo.
      Tenía dos opciones, tres a lo sumo. La primera era que podía matarla en las tierras de su enemigo y nadie la echaría de menos, la segunda era que podía violarla aprovechando su desmayo. La tercera y menos dulce, era llevársela con él y mantenerla cautiva, así la mujer pagaría la osadía de haberlos atacado. ¿Qué debía de hacer? Finalmente optó por marcharse, aquello ya no tenía gracia.
      Una semana después de aquel accidente, Telma creía realmente que aquel bastardo la había violado. Sintiéndose sucia y mancillada por un hombre que olía a can mojado, lloró lo poco que le quedaba por llorar e hizo de aquella casa abandonada su hogar. No tenía donde ir, estaba sola y desamparada. No le quedaba nada y lo único que tenía… se hallaba a miles de millones de kilómetros de ella. Añoraba a su buen y amado padre y juró que por muy mal que le fueran las cosas, volvería a estar a su lado. ¿Lo estaría?

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