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Las Crónicas de Ray Field -Confusión -published 2012 Editorial Anubis +18
Capítulo
5
Me picaban los ojos por
el polvo acumulado de las explosiones, tanto fuera como dentro del hotel. Me
dolía tanto el pecho, que creí que el corazón se me saldría por la boca. Estaba
en mitad de un caos. Hombres luchando contra las sombras y contra los vampiros.
No cesaban las explosiones que irradiaban la noche de luna cubierta por
lánguidas nubes, con una luz
ultravioleta. A la nariz me llegó el olor a carne quemada y ceniza. Me
estaba mareando mucho más que antes. Fuerzas nulas, me palpitaban las sienes.
Me caía el moquillo y me sorbí la nariz,
me pasé la mano para limpiarme el agüilla. Avanzando hasta el intruso que
ocupaba todo el marco de la puerta, con su cuerpo musculoso y alta envergadura,
me detuve ante él.
–Así que era cierto, estabas aquí. –El
hombre armado habló. Más bien confirmó sus palabras.
Entrecerrando los ojos, reñí con el
ambiente para poder ver más allá del polvillo y la oscuridad del cuarto. Un
paso más y me temblaron las piernas con su sensualidad latente. Mi estado era
como el de un borracho. Di un paso en falso y me tambaleé. Eché hacia atrás mi
cabello pelirrojo, que parecía que a él le llamaba la atención y agaché la
cabeza.
Él respiraba agitadamente enrabietado. Yo
estaba sumida en un estado de shock por su sola presencia. Mi alma se agitaba,
junto a la suya. ¿Quién era?
–Voy
a sacarte de aquí, como me ha pedido tu padre, mi niña.
Creo que ese hombre misterioso me habló
mentalmente, por mi canal de Cainner.
–¿Mi padre? ¡Dónde está!
Me aventuré a correr hasta él y al chocar
contra su cinturón de balas cruzado, de izquierda a derecha sobre su pecho cubierto
con una camiseta negra, el desconocido me abarcó con sus enormes manos llenas
de cicatrices. Pude verle la cara cuando un segundo hombre subió las escaleras
del pasillo y lo enfocó con una luz violeta. Ambos eran altos, casi un metro
noventa de puro placer carnal. El que alumbraba con la linterna, tenía el
cabello corto y rizado, aún así cano, a pesar de su juventud. Y el que estaba
abrazándome dejaba libre su larga melena salvaje, hasta media espalda, también
nívea. Sus ojos… ya fuera por el reflejo de la luz violeta que los estaba
alumbrando, eran lilas.
Yo con mis quince años, reconozco que en
aquel entonces era muy cobarde. Más que nada, la palabra cobarde no era la correcta.
Yo era una chica normal y corriente, hasta que nos pasó aquello en el callejón
a mamá y a mí. Todos decían de llevarme con Dave, pero la espera estaba siendo
eterna y no conseguía llegar a creer que vería de nuevo a mi padre, a mi madre o
a hermanos.
No pude apartarme de esos dos hombres de
cabello albino, de cejas blancas y de ojos agresivos. Ya no se escuchaba ningún
ruido en el hotel. ¿Acaso nadie había llamado a la policía? ¿Y los huéspedes,
estaban todos muertos?
Di un rápido vistazo al pasillo y ahogué
una exclamación pavorosa. Todo chorreaba sangriento. Los techos, las paredes,
el suelo, los muebles. Encima de la barandilla colgaba medio cuerpo de alguna
criatura verde escamosa, con media ala membranosa separada por dos hilos de
carne de la espalda leprosa, que se deshizo en cenizas al instante.
–Darío,
hermano tenemos que irnos ya. Hemos llamado mucho la atención. Los Lupum y los humanos estarán al caer. –El segundo hombre de cabello corto,
cerró los dedos alrededor del cinturón del pantalón del supuesto Darío.
–Muchacha, tú te vienes conmigo.
–P-por favor, yo no soy como ellos, yo… –reculé
temerosa de acabar con una bala entre ceja y ceja.
Él me cargó al hombro sin ningún esfuerzo,
sin que yo pudiera dar mis explicaciones de qué hacia en el hotel. Ese cretino
insolente, que olía a sudor y pólvora, gruñó como un animal salvaje cuando que
meneé cual sardinilla, para volver a tener los pies en el suelo. Pero me golpeó
el trasero, dándome a entender con ello, que me estuviera quieta.
Corrió con gran agilidad a pesar de ser
un mastodonte de hombre, al lado del otro chico. Bajaron los peldaños de la
escalera de dos en dos, sin necesidad de agarrarse a la barandilla. Parecía que
veían tranquilamente con la luz verdosa de la salida de incendios. Algo nos
seguía de cerca a retaguardia.
–¡Cuidado, detrás de nosotros! –bramé
histérica al ver un hombre con forma de murciélago mutante, abalanzarse por el
hueco de la escalera. Con sus largas alas de membrana opacas, plegadas a lo
largo de la serpenteante espalda exulcerada.
Darío se ladeó con mucha confianza en sí
mismo, alzó la pistola y esperó a que el vampiro, si realmente era eso, se
acercara a nosotros. ¿¡Estaba loco o que!?? ¡Yo no quería tener esa cosa tan
cerca! Ladeé el rostro para ver lo que sucedía y cuando el atractivo albino lo tuvo a tiro, disparó y
le voló la cabeza y mi rostro se cubrió de aquella sangre maloliente.
–¡Joder, que asco! –con las manos me
restregué la cara, limpiándome la sangre pringosa de aquella aberración.
–No
es para tanto.
–¡Le has volado la cabeza delante de mi
puta cara!
–Uno
solo trata de darle emoción a la huida, nena.
Su
acentuada voz y su sensual forma de pronunciar las palabras produjeron una
cálida caricia en mis pechos. Mis pezones se endurecieron y me cosquillearon
los muslos. Aunque me habló mentalmente, su seseo era hipnótico.
Los dos hermanos volvieron a bajar
corriendo, cada vez más rápido, ya prácticamente saltando los escalones de tres
en tres. Escuchaba otros pasos alejarse de nosotros y motores de vehículos en
la calle. El hall estaba repleto de ceniza negra, ropas y joyas descansando
encima de aquellas masas polvorientas. ¿Esas cenizas no serían personas, no? Y
si lo eran, ¿cómo acabaron así?
Estornudé y él se detuvo y me miró. Mostró
una bella sonrisa de labios carnosos, con dientes blancos perfectos y retomó la
marcha hasta la salida. Una vez fuera, hizo deslizar mi cuerpo por el suyo y
mis pies tocaron el suelo del pórtico del Blue Tie. En la acera estaban aparcados
dos Hummer H3 Tuning y un Toyota elegante de color negro, de los que a mi padre
tanto le gustaban.
¿Y
Chevalier? ¿Había muerto?
El hombre del cabello albino, me apretó
la muñeca y tiró de mí hasta el Toyota. Yo miraba hacia atrás, conté diez
hombres cargados con mochilas y armas, guardándolo todo dentro de los
maleteros. Hablaban animadamente chocando los cinco, felicitándose por el trabajo
bien hecho. Eran jóvenes, de en apariencia. Cada uno de ellos era más guapo que
el anterior. Musculosos, sin un gramo de grasa y todos con el pelo blanco y
ojos azules de diferentes tonalidades, menos el tal Darío. Dos individuos
tenían perilla de chivo. Otros el cabello recogido, trenzado, suelto o rapado. Todos
vestían ropas oscuras, con un tatuaje en el hombro derecho. Parecía un árbol, más
bien un roble, formando con una de sus ramas las iniciales fT.
Noté el apretón del hombre llamado Darío en mi muñeca. Cerré los ojos,
sin sentir que me mareaba, como me pasaba cuando estaba en presencia de Roland y
sonreí, mientras me dejaba llevar. Poco a poco me empujaba con gracia hasta el
asiento del copiloto y cuando me di cuenta, estaba sentada y con el cinturón de
seguridad puesto. Él caminó rodeando el Toyota, abrió la puerta del conductor y
también tomó asiento. Por fin alguien me regalaba claridad, cuando apretó un
botón del salpicadero y una bombillita amarilla sobre nuestras cabezas nos
alumbró. Todo el perímetro del hotel estaba a oscuras, como si hubiera sufrido
un corte de luz. Seguramente había sido provocado por esos tipos.
–Bueno allá vamos, nos ponemos en marcha,
nena.
Siempre he odiado que me digan nena, con
esa chulería tan barriobajera. Pero él pareció simplemente imitar ese
comportamiento de quinquis. Arrancó el motor y las ruedas chirriaron en el
asfalto. Me agarré al salpicadero, debido a la velocidad que tomó el coche,
mientras salíamos hacia la carretera. Los Hummer nos siguieron.
Tenía completamente el vello del brazo
erizado, seguía en shock –no muy consciente de lo que ocurría– En menos de lo
que me esperaba, mi vida había vuelto a dar un giro de ciento ochenta grados. Yo
estaba cansada y asustada. Me habían vuelto a raptar…
En el tiempo que el hombre del cabello
blanco estuvo conduciendo por la autopista, yo acabé rendida al sueño. Creo que
él me hizo caer en esa somnolencia, usando una voz extraña.
–Duérmete. –Me había ordenado y yo caí
enseguida.
Ahora, despuntando el alba por alguna autopista de Inglaterra, mi
pesadilla no había hecho más que comenzar. Me dolían los ojos y ante la
terrible claridad de un sol enorme al lado de mi ventana, me cubrí la frente con
la mano e hice sombra a mis delicados ojos. La boca me sabía mal, pastosa y
notaba los labios hinchados. Quizás tenía sangre seca en los dientes. Había
soñado con algo, con ese monstruo con forma de quiróptero enorme, que bajaba
por el hueco de las escaleras. ¡Ahora lo recordaba! Debía de ser la sangre de esa
criatura. ¡Que asco! Abrí complemente los ojos, restregándome los dedos por
ellos, seguidamente bajé la ventanilla con más prisa de la que recuerdo y
escupí fuera. El tal Darío me miró y se carcajeó.
¡Le había pegado un santo tiro a esa cosa
en mis narices!
Sonaba una canción en la radio. Era
romántica de un cantante que no reconocí, pero él pronto cambió la cadena y
sonó otra canción que sí reconocí. Era In League With Satan, de Venom.
«I'm
in league with Satan. I was raised in hell. I walk the streets of Salem.
Amongst the living dead. I need no one to tell me. What's wrong or right. I
drink the blood of children. Stalk my
prey at night.»
Era la canción más ajustada para todo lo
que me estaba pasando. Yo también me sentía en liga con Satanás. Entre los
muertos vivientes y con aquellos que bebían la sangre de los niños.
Noté una mano caliente, de piel tostada
apartándome el cabello pegajoso hacia un lado de mi hombro. Sus dedos dejaron
una marca a fuego caliente en la piel de mi cuello, enseguida me estremecí y
miré al conductor. Me fijé detenidamente por primera vez en él. Diablos, era un
hombre tan místico como perfecto. Era tan varonil que asustaba. Largas pestañas
plateadas y cejas finas blanquecinas, cuadrada mandíbula, con un mentón
abultado. Tenía tatuajes de tinta negra, con forma de rayos que sobresalían bajo
la manga corta y serpenteaba su fornido brazo izquierdo. Se había recogido el
cabello en una coleta, pero algunos mechones traviesos se escapaban de la goma
amarilla. No parecía el típico albino que solía ver por las calles. A pesar de
tenerlo delante, no era un albino natural. ¿O, sí? No estaba segura. En la mejilla
izquierda tenía otro tatuaje. Parecía una G con
salidas de tinta alargadas hacia la nariz, por la parte curva de la letra.
¿Sus ojos eran violáceos? ¿Dé dónde había
salido este tío?
–Si
me sigues mirando de esa forma, tendré que parar el coche y hacerte mía en el
asiento trasero y no llevo condones. –No
parecía bromear.
–Voy a omitir tu burrada. ¿Tienes los
ojos lilas? –no me anduve con rodeos, así que se lo pregunté sencillamente sin
pensar en que iba a hacerlo.
Darío ladeó el retrovisor interior y se
miró a sí mismo en el espejo. Hizo unos guiños con los ojos y sonrió altanero.
–Sí, tengo los ojos lilas. ¿Te molesta?
–No, no me molesta. Es curioso.
–La
curiosidad mató al gato.
–¿Eres
capaz de hablarme usando la mente?
Desabroché el cinturón de seguridad e
hice intención de quitármelo para huir al asiento trasero, pero él me dio un
grito para que me lo volviera a poner. Quedé petrificada contra el respaldo, parece
que se tomaba la seguridad muy a pecho.
¿Qué extraño individuo era para hablarme
sin mover la boca?
–Eres una mujer del linaje de los
Caballeros de la Luz,
cazadores, brujos o lo que gustes y por lo tanto puedo hablar contigo y tú
conmigo en esa frecuencia interior.
–Ajá, claro. Del linaje ese –no podía dejar
de mirarlo–. Suena mejor Cainner. –Sonreí yo.
–¿Qué mierda es eso de Cainner? –me ojeó
por encima del hombro, chasqueando su
lengua contra el paladar.
–Es una palabra que me he inventado para
definir a esos Nobiliums. –Le
expliqué.
–Umm,
ya veo. Me ha tocado una tonta como compañera. Tonta y demasiado joven para
montarla, aunque eres preciosa. –Habló para sí mismo, de forma asediada.
¿Cómo que le había tocado la tonta? ¿Qué
yo era muy joven para que me montase?
–¿Qué vas a hacer conmigo? –estaba
cansada de que jugaran a ocultarme cosas.
El hombre se mordisqueó los carnosos y
sensuales labios. Me fijé que llevaba unos pequeños pendientes de estrellas
amarillas en ambas orejas.
–Ponerte a salvo, eso es lo primero que
haré. Nosotros estamos para proteger a los humanos y a los Nobiliums y luego… bueno, buscaremos a tu familia.
–¿Ponerme a salvo? ¿Vosotros protegéis a
los humanos?
–Para mi gusto, preguntas demasiado. Sí,
alejarte del peligro por un tiempo, hasta que aprendas a defenderte por ti sola.
¿Quieres que siga respondiéndote cosas?
–Al menos ya sé algo más que ignoraba.
¿Qué le ha pasado a mi familia?
Seguía sin estar lista para el golpe
crucial, de que huérfana era y huérfana me había quedado.
–Tu familia está en París. De repente una
noche atacaron tu casa, cuando tu padre volvía después de haber estado con
nosotros en Slovensko. –Con la cabeza señaló hacia atrás, para referirse a sus
chicos.
Me ladeé en el asiento para mirar los
Hummer que nos seguían. El primero era rojo con decoraciones un tanto horteras
en ambarino. El otro era marrón y beige como el uniforme militar de camuflaje.
¿Entonces papá había ido a casa a
buscarme? Eso me tranquilizó, pero me puso nerviosa saber que él y mis hermanos
estaban en París, más al recordar que Roland me dijo que mi atacante estaba en
aquella ciudad.
–¿Ese vampiro te ha mordido o bebido tu
sangre? –Darío se inclinó y me olfateó–. Hueles a él.
–Sí, más o menos. Hace unas noches un
vampiro o algo así, nos atacó a mi madre y a mí en la calle.
–Sigue, princesa. –Él miraba al frente,
soltando de vez en cuando la mano derecha, para manejar la palanca del cambio
de marchas.
¿Os había dicho que no íbamos en un coche
de fabricación inglesa?
–Esa cosa nos atacó, salió de la nada. A
veces pienso que todo fue una pesadilla y que nada es real. –Jadeé trémula.
La mano del hombre se volvió a posar en
mi cuello y acarició de arriba abajo, deleitándome con la callosidad de su
yema.
–Lo siento mucho, nena. Pero no fue una
pesadilla.
–Ya veo ya. Mi madre atacó al vampiro y
estuvieron peleándose mientras a mí me atacaban unas cosas extrañas.
–Esas cosas extrañas de las que hablas,
son Umbras Ater. –Susurró Darío,
rascándose la mejilla sin tatuar.
–¿Y qué son esas cosas? –me sentía cómoda
con él.
Yo preguntaba y él respondía sin vacilarme.
Darío olía a un sudor fuerte y a, ¿sándalo?
–Las Umbras
son almas en pena que han quedado ligadas al vampiro. Se invocan con la magia
del no muerto –bostezó–. Todo pecado contrae obligaciones por consecuencias,
cariño. No se puede cometer un crimen sin sobrellevar el peso del mismo. –Sonrió
mirándome con aire sagaz, penetrando con sus ojos violetas en los míos. Dándome
aquel consejo de: si cometes un fallo, vas a joderte con tus errores.
–Umbras…
Esas cosas me mantuvieron ocupada lo justo, para que ese monstruo matase o se
llevase a mi madre. No sé dónde está o si sigue viva. ¿T-tú lo sabes? –le
pregunté titubeante.
Ahora que empezaba a tener respuestas,
notaba unas ganas enormes de echarme a llorar. Miré de nuevo hacia atrás,
visualizando los dos ocupantes albinos del primer Hummer. ¿Quiénes eran para
irrumpir en un hotel armados hasta las cejas?
–Yo tampoco sé si Melisa está viva o
muerta, pero ya lo descubriremos. Por cierto pelirroja, me parece que no me he
presentado, yo soy Darío.
–Lo sé, así te llamó el otro chico cuando
huíamos del hotel. ¿Tengo que decir que estoy encantada de conocerte? –ironicé.
Él me miró con la misma mirada que me
echaba mi padre, cuando le contestaba mal o le faltaba al respeto, normalmente
él me reprendía con un grito o me cruzaba la cara con un guantazo. Esperé la
misma reacción por su parte, pero no llegó.
–Tienes un nombre muy manso. –Sonreí intentando
arreglar mi insolencia, aunque su nombre significaba represor.
Alargué la comisura de los labios, en lo
que era un mohín divertido, encogiéndome ingenua como una niña buena, con las
manos entre los muslos. Él me dedicó una carcajada que me llenó plenamente de
placer. Su sola voz era pura poesía de miel.
–Te aseguro que no tengo nada de manso. –Intentó
hacer una broma que le salió perfecta, con un movimiento liviano de su pelvis.
–Eso habrá que verlo. –Le piqué.
–Sigue contándome que pasó a continuación.
Quiero saber si ese cabrón te ha dado su sangre o ha bebido de la tuya.
¿Sonaba celoso?
–Es que todo fue muy confuso. El que nos
atacó en el callejón, quería matarme a mí, pero mi madre me defendió. Las bombillas
de las farolas habían explotado, la calle estaba a oscuras.
–¿Te quería matar solamente a ti?
Comprendo, ya han descubierto quién despertará a Mijael. Si el vampiro quería
usar a las Umbras, necesitaba
oscuridad, porque son sensibles a la luz y al agua.
–Supongo. ¿Quién es Mijael?
–Nadie que te importe ahora mismo. –Me
ocultó información sobre Mijael.
–¿Sabes? El vampiro que nos atacó lo
nombró. Decía que no podía dejarme viva y condenar al mundo, o algo así. Que la
culpa era de mi padre por haberme escondido. ¿Quieres decirme quién es Mijael? –le
volví a preguntar.
–Todo a su tiempo, nena.
–Me está cansando eso de todo a su tiempo.
Me
encogí de hombros. Le estaba contando la historia a un tipo que ni conocía ni
sabía quién era, o que planes tenía para conmigo.
Mis tripas rugían con fuerza. Si me
mareaba no era por mis alarmas de Cainner, ni nada semejante. Era por hambre.
No había comido nada desde antes de ver a Jessy en el cibercafé. Estaba tan
agotada por la falta de alimento que no era muy consciente de lo que me
rodeaba. Notaba los párpados pesados.
La velocidad aumentó cuando Darío cambió
de carril y seguimos hacia la costa por la
M27, hacia Southampton.
Para darle toda la información, comencé
de cero, resumiendo la historia. Le conté a Darío todo lo que sucedió. Quitando
pequeños detalles sin importancia. Le expliqué que fui a buscar a Melisa a su
despacho para ir a cenar a una pizzería. Pasábamos poco tiempos juntas y echaba
de menos una relación madre e hija. Le conté los sucesos extraños con aquellos
ojos verdes, y las luces que se encendían y apagaban solas. Omití a Sant James,
pero Darío me miraba como si no pudiera esconderle nada. ¿Acaso mi mente estaba
abierta a todo el mundo? Él apretó las manos alrededor del volante, los nudillos
se le pusieron blancos por la presión y refunfuñó nuevamente. Parecía molesto
conmigo.
Le conté casi todo, mientras íbamos en el
coche. Desde que el vampiro atacante me abrió el cuello bebiendo de mí, a que
luego me recogió de la calle Chevalier y me dio de su sangre, haciéndose un
corte en la muñeca y obligándome a tragar el líquido, salvándome así la vida. Que
desperté al cabo de tres días en el Blue Tie. Allí conocí y hablé con Roland
Marné. La misma noche huí de allí. Acabé en un cibercafé y regresé al callejón
donde todo empezó, acompañada de una amiga a la que tuve que dejar sola.
Mentando lo del vagabundo y su estado, Darío me explicó que esa muerte había
sido provocada por un Lupum. Yo quise
preguntarle, pero me dijo que mis preguntas podrían esperar hasta que estuviera
más tranquila y con el estómago lleno. Seguí contándole que Marné me encontró
en la calle y nos teletransportó con aquella celeridad inexplicable hasta el
hotel. Me dijo que yo estaría más segura a su lado. Pero sus respuestas a mis
preguntas eran realmente desesperantes. Omití que me había besado para
silenciarme. Que había sido mi primer beso, ardiente y fogoso, que me dejó realmente
atónita y expuesta a algo más si el vampiro lo hubiera deseado.
–¡Maldita
sea…duérmete!
Caí dormida
sin comprender por qué Darío se volvía a enfadar conmigo. Mi mente era como un
libro abierto, que tendría que aprender a cerrar con el tiempo.
Horas más
tarde:
El Parque Nacional de New Forest, nos
abría las puertas. Habían pasado casi ocho horas desde que habíamos llegado a
Southampton y ahora caminábamos por el césped descalzos, contemplando la noche
silenciosa... Él y yo solos.
Al llegar a la ciudad de Southampton y
aparcar en un aparcamiento subterráneo, los compañeros de Darío se alejaron de
nosotros, despidiéndose con la mano. Mencionaron algo como de «nos veremos en
la Giuma.» Darío y
yo salimos del vehiculo y me tomó de la cintura. Parecía que era su novia por
la forma de mirarme y tocarme, a ojos de los transeúntes que se giraban para
quedar boquiabiertos con el pedazo de hombre que era. Él me apretaba más contra
su musculoso cuerpo, haciéndole ver a otras chicas, que ya tenía compañera.
Apenas
recordaba el viaje en coche, él me mantenía sumida bajo una voz mágica y
me pasé todo el camino durmiendo. Durante la marcha por carretera, habíamos
parado en una gasolinera. Allí estuvimos todos tomando algo y comiendo. Ellos
habían pedido unas cervezas y Darío un whisky. Entre los chicos hablaban que el
asalto al hotel había sido un éxito, pero cuando uno parecía decir algo que a
Darío no le gustaba, desviaban la vista y cambiaban de conversación. Era como
el típico macho alfa de la naturaleza. Él decía cómo, cuándo y dónde se podían
hacer las cosas. A mí sin ir más lejos, me hizo comer tres bocadillos y me
prohibió rechistar. Tenía hambre, pero suele pasarme que cuanta más hambre tengo,
menos me entra la comida.
Estuve hablando con alguno de ellos.
Conocí al hermano de Darío, se llamaba Hefesto. Era un tipo recreado, distraído
y menos musculoso que los demás, el chico del cabello rizado. No tenía
tatuajes, al menos no a simple vista. Sus ojos eran azules, no lilas como creí
en un principio. Era un fumador empedernido y amante de la Cola, decía que
estaba enganchado a su sabor.
La gente que nos rodeaba en el bar de la
gasolinera, no cesaban de cuchichear sobre ellos y mirarlos como bichos raros.
Yo misma me preguntaba si se habían visto al espejo. Hombretones como ellos, no
todos los días se veían. Y menos un grupo tan numeroso. Parecían sacados de un
libro de fantasía o de una película de cine.
Hefesto se reía sin sentirse observado. Luego
parecía que entre todos ordenaban cosas con una voz más profunda y los curiosos
que les miraban, se marchaban como si no recordasen nada.
–¿Por qué os cambia la voz a una forma
gutural? –le pregunté a Hefesto.
–La voz que usamos para ordenar al
cerebro humano o animal cosas tan simples como vete, olvida, da media vuelta,
come o ríe, etcétera. Se le llama Ut.
–O duerme… –susurré pensando en la Ut
de cierto cretino–. Interesante, pero vosotros no sois humanos, ¿no?
Hefesto aprovechó que su hermano y líder estaba
en el servicio, para ayudarme con el último bocadillo. Lo cogió y le pegó un
buen mordisco.
–¡Mmmh, pero que bueno está el lomo! No,
no somos humanos, pero tú eres una hija del linaje y no tienes que temernos,
somos aliados. Mi hermano ya te contará.
–Me comienza a dar miedo desconocer
tantas cosas. Además colega, hablas de que no eres humano y de que soy una
Cainner delante de todos los camioneros del bar. –Me quejé mirando a mí alrededor,
siendo cauta.
–No te asustes por el hecho de que los Terrae no seamos humanos. Pero tenemos
parte de vuestros sentimientos. ¡Toma corre, que vuelve mi hermano! Haz que
masticas. –Me tendió el bocadillo, mientras se limpiaba los labios con una servilleta.
Darío regresaba cual Omnipotencia, subiéndose
la cremallera del pantalón. Pude ver antes de que la subiera del todo, que sus
calzoncillos eran de estrellitas rojas y fondo blanco. Increíble, un hombre tan
prodigioso como él, vistiendo ropa interior tan hortera. Lo peor de todo es que
no podía apartar la mirada de su entrepierna, abultaba como dos calcetines
metidos entre los pantalones. Cargaba hacia la derecha.
Noté la colleja golpeando contra mi nuca
y volví en sí. Ya lo tenía delante, con su larga melena ondulada cayendo por
sus hombros, plateada y mágica para mis sentidos de adolescente.
–He dicho que no me mires de esa forma,
no tengo condones y no quiero preñarte –parecía quejarse todo el rato–. Es hora
de irnos. –Mencionó a sus chicos y ellos se pusieron en marcha, saliendo a la
calurosa tarde del aparcamiento de la gasolinera.
Pero surgió un problema. Una banda de
moteros estaba delante de nuestros vehículos, mirando los dos Hummer Tuning,
con la intención de hacerles algo. Eran catorce miembros de Lords of Satan, según conté. Todos
llevaban chupas de cuero con ese emblema en llamas bordado. Las cadenas
colgaban de los cinturones de sus pantalones de tela tejana y desgastados. Pañuelos
de colores en la cabeza, mitones de cuero con pinchos en los nudillos, hombros
peludos y brazos tatuados con símbolos del infierno. Cada banda de moteros
tenía su propia firma.
A Darío no le hizo ni pizca de gracia ver
a esos tipos rondar los dos coches y sus compañeros se estaban acercando a los
moteros, para alejarlos de los Hummer y las bolsas de armas, que había dentro.
–¡Echad un vistazo, colegas! –un tipo
regordete y de medio metro se carcajeó, burlándose de los Terrae–, ¿dé qué circo habrán salido estos pelos blancos?
–¡Uy, que tipos duros vienen a vernos,
sacad las entradas chicos, comienza la función de monstruos! –le siguió un
pelirrojo con bigote abultado.
Yo miré a mí alrededor. Darío se había
cruzado de brazos a dos pasos por detrás de mí, mientras Hefesto y tres más se
acercaban al primer Hummer y apartaban a dos moteros, que estaban tocando los
espejos retrovisores, intentando arrancarlos.
–Los
humanos nunca aprenden. Princesa, ¿quieres qué les parta la cara o que les
ordene que se prendan fuego a sí mismos? Puedo hacer que ladren como perritas y
se pongan a cacarear como gallinas.
Sobrecogida por las palabras del jefe
albino, sonreí un poco nerviosa. Supuse que los «humanos» no serían un problema para unos tipos que se habían
cargado todo un hotel de cinco estrellas y se habían peleado con las Umbras, vampiros y todo tipo de
monstruos. Me encogí de hombros y miré la escena sin responder a Darío. Lo noté
pasar a mi lado, chocó contra mí, como si le gustase tocarme. Siguió hasta los
vehículos, descruzando los brazos de forma autoritaria. Sus compañeros no se
molestaron en buscar pelea, pero algo me decía que Darío necesitaba de esa
acción para sentirse lleno. Había cierta oscuridad en su interior.
Los moteros empujaron a Hefesto y él
devolvió el empujón, gruñendo con cierta agresividad, como un chacal cabreado
que comienza a avisar del peligro, enseñando los dientes y esperando la orden
del jefe de la manada.
–¿Qué pasa grandullones, sé os ha comida
la lengua el gato? –uno de los Lords of Satan,
dio un paso hacia el segundo Hummer y le pinchó la rueda con una navaja.
–Largo de aquí, antes de que sea tarde. –Dijo
Hefesto crujiéndose los nudillos.
Yo noté el peligro en mi cabeza. Cabrear
o intentar cabrear a esos seres que no eran humanos, era el peor error de un
mortal. Owen y Kilian los de la perilla de chivo y cierto parecido familiar, y
Lennox, que llevaba un tatuaje en toda la cara sin forma definida, empujaron a
tres moteros lejos de los vehículos.
–Que pena que la ponzoña nunca aprenda. –Darío
se recogió el cabello.
Sus músculos se tensaron y yo suspiré
soñadora por esa fuerza bruta.
–¿A quién llamas ponzoña, perro blanco? –dijo
un tipejo veterano con un tatuaje de una cobra en el brazo, quitándose el casco
de la moto y buscando entre sus pantalones una navaja.
–¿Os hemos hecho algo para que nos
faltéis con insultos? –preguntó Lennox, crujiéndose los dedos de las manos,
imitando a Hefesto.
–No, pero…
–¡De pero nada! Sois unos mierdas. –Soltó
Kilian, con un acento escocés medieval muy marcado sin dejar hablar al miembro
de Lords Of Satan.
Éste carraspeó intimidado y reculó.
–Estáis en nuestra gasolinera y aquí
cobramos un extra a la gente rara como vosotros. Es nuestro territorio. –Una
voz de mujer, ronca y cadavérica, brotó entre la discusión.
A esa no la había visto llegar. La miré
fijamente con coraje. Era una putilla barata, ataviada con un corpiño rojo
claro de cremallera. Ella era tan delgada que sus piernas eran como uno de mis
brazos. Calzada con botas de tacón fino y pantaloncitos de cuero que apenas
cubrían sus duras nalgas. Maquillada de forma extravagante, con pintalabios
rojo chillón. Masticaba haciendo pompas un chicle, dándose aires de princesa de
barrio. Su cabello castaño era largo y lacio, mal peinado con un lacito negro en
el lateral derecho.
–¿Así qué es tu gasolinera y cuánto
cobras por servicio? –grité desde mi retrasada posición, yo también quería
entrometerme.
Todos se quedaron mirándome y como estaba
claro que iba a pasar, la mujer caminó hasta mí. Era tan honorable intentar
pegar a una adolescente de quince años…
La princesa de barrio se detuvo a tres
pasos. Yo le sonreí con desdén arrogante. Después de haber estado con un
vampiro y peleándome con Umbras en el
callejón, no tenía miedo a una mujer que se creía la reina de una carretera y
que iba de cocaína hasta las cejas.
–Mirad, la mocosa. ¡Ha osado decirle a
nuestra Britanny qué cuanto cobra por follar! –exclamó entre carcajadas un
hombre de unos treinta años de edad, que temblaba de risa apoyándose contra su
Harley.
–¡Billy cállate! –ella pisoteó el suelo
ofendida, gritándole a su compañero–. ¿Así qué me has llamado puta? –se creía
la mandamás, con su aire petulante y enfermizo.
Me golpeó el hombro repetidas veces.
–Sí, Brit –me aventuré a decir–. ¿Te lo anoto
en una hoja para que lo leas? –le
respondí con un encogimiento de hombros, sabiendo por donde vendrían los tiros–.
¿Me vas a pegar, B-r-i-t? Ni siquiera te aguantas en pie, de lo colocada que
estás. Así que lárgate y haz lo que sí sabes hacer. Dejarte montar a cuatro
patas, como la perra que eres y empolvarte la nariz en alguna letrina sucia. –Me
sentía una niña mala, me temblaban las piernas.
Una vez que comencé a hablar, ya no podía
parar. Quizás era porque me gustaba ver como ella luchaba por mantener el
equilibrio, golpeando su frente contra la mía, intentando empujarme de esa
forma. Mirándonos fijamente a los ojos.
Apreté el puño de la mano contra mi
costado, preparándome por si se lanzaba a por mí. Con una risita estúpida, Britanny
miró hacia sus chicos y ellos se echaron a reír por lo que dije.
–¿No me equivoco verdad, B-r-i-t? –dije
intentado cabrearla un poco más.
Ella chilló como una loca y quiso tirarme
del pelo, clavarme las uñas en los ojos. Me moví con una agilidad que no
conocía, esquivando el golpe y le pegué una soberana patada entre las piernas,
en todo el centro femenino con la punta de mi bota. La mujer aulló jadeando
entre sollozos y cayó de rodillas al suelo, con las manos entre sus muslos. Los
pantalones comenzaron a mancharse de sangre, creo que le hice más daño de lo
esperado, parecía una pequeña hemorragia.
Nuestra pequeña pelea encendió una llama
de odio suficiente, para que los Lords Of
Satan quisieran vengar a su compañera, por la humillación. Pero Darío no
pensaba dejar que sus chicos se peleasen. Se acercó a uno de los macarrillas y
sin mediar palabra también soltó un golpe. Certero y directo, le dio tal
puñetazo al primero que se había burlado de ellos, que le rompió literalmente
la mandíbula y le hundió la cara hacia dentro. Yo no pude ahogar mi alarido de
sorpresa, me cubrí el rostro con las manos. No quería ver toda aquella sangre y
dientes rodar por el suelo.
¿Por eso no podían pelearse con los
humanos? Ahora comenzaba a entender. Los albinos tenían una fuerza descomunal.
–Ahora iros de aquí, y que no os vuelva a
ver –agarró de la solapa de la chaqueta al gordito y bajito que luchaba por nos
desmayarse por el golpe. Darío lo zarandeaba como si pesase menos que una hoja
de papel–, como os vuelva a ver, os mataré uno a uno. ¡Ahora la gasolinera es
mía! –gruñó irritado por la pérdida de tiempo.
Para demostrar que no estaba bromeando,
Darío caminó hasta el Toyota y sacó de la guantera una pistola. La enseñó y
apuntó a los moteros que saltaron tras las motos para cubriese.
–¡Vámonos al hospital tíos, están locos,
están locos! ¡Que os jodan a todos mamones!
Arrancaron los motores de sus flamantes Harleys
Davidson y desaparecieron carretera abajo. Las familias que estaban repostando
en la gasolinera nos miraban con la boca abierta, pero en cambio os puedo
garantizar, que los empleados estaban más tranquilos. Ya no volverían a tener
problemas con esa banda, que tantos quebraderos de cabeza les había causado a ellos y a la policía local.
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