lunes, 31 de marzo de 2014

Las Crónicas de Ray Field -Capítulo 5 (última Promo)



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Las Crónicas de Ray Field -Confusión -published 2012 Editorial Anubis +18



Capítulo 5




      Me picaban los ojos por el polvo acumulado de las explosiones, tanto fuera como dentro del hotel. Me dolía tanto el pecho, que creí que el corazón se me saldría por la boca. Estaba en mitad de un caos. Hombres luchando contra las sombras y contra los vampiros. No cesaban las explosiones que irradiaban la noche de luna cubierta por lánguidas nubes, con una luz  ultravioleta. A la nariz me llegó el olor a carne quemada y ceniza. Me estaba mareando mucho más que antes. Fuerzas nulas, me palpitaban las sienes.
      Me caía el moquillo y me sorbí la nariz, me pasé la mano para limpiarme el agüilla. Avanzando hasta el intruso que ocupaba todo el marco de la puerta, con su cuerpo musculoso y alta envergadura, me detuve ante él.
      –Así que era cierto, estabas aquí. –El hombre armado habló. Más bien confirmó sus palabras.
      Entrecerrando los ojos, reñí con el ambiente para poder ver más allá del polvillo y la oscuridad del cuarto. Un paso más y me temblaron las piernas con su sensualidad latente. Mi estado era como el de un borracho. Di un paso en falso y me tambaleé. Eché hacia atrás mi cabello pelirrojo, que parecía que a él le llamaba la atención y agaché la cabeza.
      Él respiraba agitadamente enrabietado. Yo estaba sumida en un estado de shock por su sola presencia. Mi alma se agitaba, junto a la suya. ¿Quién era?
      Voy a sacarte de aquí, como me ha pedido tu padre, mi niña.
      Creo que ese hombre misterioso me habló mentalmente, por mi canal de Cainner.
      –¿Mi padre? ¡Dónde está!
      Me aventuré a correr hasta él y al chocar contra su cinturón de balas cruzado, de izquierda a derecha sobre su pecho cubierto con una camiseta negra, el desconocido me abarcó con sus enormes manos llenas de cicatrices. Pude verle la cara cuando un segundo hombre subió las escaleras del pasillo y lo enfocó con una luz violeta. Ambos eran altos, casi un metro noventa de puro placer carnal. El que alumbraba con la linterna, tenía el cabello corto y rizado, aún así cano, a pesar de su juventud. Y el que estaba abrazándome dejaba libre su larga melena salvaje, hasta media espalda, también nívea. Sus ojos… ya fuera por el reflejo de la luz violeta que los estaba alumbrando, eran lilas.
      Yo con mis quince años, reconozco que en aquel entonces era muy cobarde. Más que nada, la palabra cobarde no era la correcta. Yo era una chica normal y corriente, hasta que nos pasó aquello en el callejón a mamá y a mí. Todos decían de llevarme con Dave, pero la espera estaba siendo eterna y no conseguía llegar a creer que vería de nuevo a mi padre, a mi madre o a hermanos.
      No pude apartarme de esos dos hombres de cabello albino, de cejas blancas y de ojos agresivos. Ya no se escuchaba ningún ruido en el hotel. ¿Acaso nadie había llamado a la policía? ¿Y los huéspedes, estaban todos muertos?
      Di un rápido vistazo al pasillo y ahogué una exclamación pavorosa. Todo chorreaba sangriento. Los techos, las paredes, el suelo, los muebles. Encima de la barandilla colgaba medio cuerpo de alguna criatura verde escamosa, con media ala membranosa separada por dos hilos de carne de la espalda leprosa, que se deshizo en cenizas al instante.  
      Darío, hermano tenemos que irnos ya. Hemos llamado mucho la atención. Los Lupum y los humanos estarán al caer. El segundo hombre de cabello corto, cerró los dedos alrededor del cinturón del pantalón del supuesto Darío.
      –Muchacha, tú te vienes conmigo.
      –P-por favor, yo no soy como ellos, yo… –reculé temerosa de acabar con una bala entre ceja y ceja.
      Él me cargó al hombro sin ningún esfuerzo, sin que yo pudiera dar mis explicaciones de qué hacia en el hotel. Ese cretino insolente, que olía a sudor y pólvora, gruñó como un animal salvaje cuando que meneé cual sardinilla, para volver a tener los pies en el suelo. Pero me golpeó el trasero, dándome a entender con ello, que me estuviera quieta.
      Corrió con gran agilidad a pesar de ser un mastodonte de hombre, al lado del otro chico. Bajaron los peldaños de la escalera de dos en dos, sin necesidad de agarrarse a la barandilla. Parecía que veían tranquilamente con la luz verdosa de la salida de incendios. Algo nos seguía de cerca a retaguardia.
      –¡Cuidado, detrás de nosotros! –bramé histérica al ver un hombre con forma de murciélago mutante, abalanzarse por el hueco de la escalera. Con sus largas alas de membrana opacas, plegadas a lo largo de la serpenteante espalda exulcerada.
      Darío se ladeó con mucha confianza en sí mismo, alzó la pistola y esperó a que el vampiro, si realmente era eso, se acercara a nosotros. ¿¡Estaba loco o que!?? ¡Yo no quería tener esa cosa tan cerca! Ladeé el rostro para ver lo que sucedía y cuando  el atractivo albino lo tuvo a tiro, disparó y le voló la cabeza y mi rostro se cubrió de aquella sangre maloliente.
      –¡Joder, que asco! –con las manos me restregué la cara, limpiándome la sangre pringosa de aquella aberración.
      No es para tanto.
      –¡Le has volado la cabeza delante de mi puta cara!
      Uno solo trata de darle emoción a la huida, nena.
      Su acentuada voz y su sensual forma de pronunciar las palabras produjeron una cálida caricia en mis pechos. Mis pezones se endurecieron y me cosquillearon los muslos. Aunque me habló mentalmente, su seseo era hipnótico.
      Los dos hermanos volvieron a bajar corriendo, cada vez más rápido, ya prácticamente saltando los escalones de tres en tres. Escuchaba otros pasos alejarse de nosotros y motores de vehículos en la calle. El hall estaba repleto de ceniza negra, ropas y joyas descansando encima de aquellas masas polvorientas. ¿Esas cenizas no serían personas, no? Y si lo eran, ¿cómo acabaron así?
      Estornudé y él se detuvo y me miró. Mostró una bella sonrisa de labios carnosos, con dientes blancos perfectos y retomó la marcha hasta la salida. Una vez fuera, hizo deslizar mi cuerpo por el suyo y mis pies tocaron el suelo del pórtico del Blue Tie. En la acera estaban aparcados dos Hummer H3 Tuning y un Toyota elegante de color negro, de los que a mi padre tanto le gustaban.
      ¿Y Chevalier? ¿Había muerto?
      El hombre del cabello albino, me apretó la muñeca y tiró de mí hasta el Toyota. Yo miraba hacia atrás, conté diez hombres cargados con mochilas y armas, guardándolo todo dentro de los maleteros. Hablaban animadamente chocando los cinco, felicitándose por el trabajo bien hecho. Eran jóvenes, de en apariencia. Cada uno de ellos era más guapo que el anterior. Musculosos, sin un gramo de grasa y todos con el pelo blanco y ojos azules de diferentes tonalidades, menos el tal Darío. Dos individuos tenían perilla de chivo. Otros el cabello recogido, trenzado, suelto o rapado. Todos vestían ropas oscuras, con un tatuaje en el hombro derecho. Parecía un árbol, más bien un roble, formando con una de sus ramas las iniciales fT.
      Noté el apretón del hombre llamado Darío en mi muñeca. Cerré los ojos, sin sentir que me mareaba, como me pasaba cuando estaba en presencia de Roland y sonreí, mientras me dejaba llevar. Poco a poco me empujaba con gracia hasta el asiento del copiloto y cuando me di cuenta, estaba sentada y con el cinturón de seguridad puesto. Él caminó rodeando el Toyota, abrió la puerta del conductor y también tomó asiento. Por fin alguien me regalaba claridad, cuando apretó un botón del salpicadero y una bombillita amarilla sobre nuestras cabezas nos alumbró. Todo el perímetro del hotel estaba a oscuras, como si hubiera sufrido un corte de luz. Seguramente había sido provocado por esos tipos.
      –Bueno allá vamos, nos ponemos en marcha, nena.
      Siempre he odiado que me digan nena, con esa chulería tan barriobajera. Pero él pareció simplemente imitar ese comportamiento de quinquis. Arrancó el motor y las ruedas chirriaron en el asfalto. Me agarré al salpicadero, debido a la velocidad que tomó el coche, mientras salíamos hacia la carretera. Los Hummer nos siguieron.
      Tenía completamente el vello del brazo erizado, seguía en shock –no muy consciente de lo que ocurría– En menos de lo que me esperaba, mi vida había vuelto a dar un giro de ciento ochenta grados. Yo estaba cansada y asustada. Me habían vuelto a raptar…
      En el tiempo que el hombre del cabello blanco estuvo conduciendo por la autopista, yo acabé rendida al sueño. Creo que él me hizo caer en esa somnolencia, usando una voz extraña.
      Duérmete. –Me había ordenado y yo caí enseguida.  
      Ahora, despuntando el alba por alguna autopista de Inglaterra, mi pesadilla no había hecho más que comenzar. Me dolían los ojos y ante la terrible claridad de un sol enorme al lado de mi ventana, me cubrí la frente con la mano e hice sombra a mis delicados ojos. La boca me sabía mal, pastosa y notaba los labios hinchados. Quizás tenía sangre seca en los dientes. Había soñado con algo, con ese monstruo con forma de quiróptero enorme, que bajaba por el hueco de las escaleras. ¡Ahora lo recordaba! Debía de ser la sangre de esa criatura. ¡Que asco! Abrí complemente los ojos, restregándome los dedos por ellos, seguidamente bajé la ventanilla con más prisa de la que recuerdo y escupí fuera. El tal Darío me miró y se carcajeó.
      ¡Le había pegado un santo tiro a esa cosa en mis narices!
      Sonaba una canción en la radio. Era romántica de un cantante que no reconocí, pero él pronto cambió la cadena y sonó otra canción que sí reconocí. Era In League With Satan, de Venom.


«I'm in league with Satan. I was raised in hell. I walk the streets of Salem. Amongst the living dead. I need no one to tell me. What's wrong or right. I drink the blood of children. Stalk my prey at night.»


      Era la canción más ajustada para todo lo que me estaba pasando. Yo también me sentía en liga con Satanás. Entre los muertos vivientes y con aquellos que bebían la sangre de los niños.  
      Noté una mano caliente, de piel tostada apartándome el cabello pegajoso hacia un lado de mi hombro. Sus dedos dejaron una marca a fuego caliente en la piel de mi cuello, enseguida me estremecí y miré al conductor. Me fijé detenidamente por primera vez en él. Diablos, era un hombre tan místico como perfecto. Era tan varonil que asustaba. Largas pestañas plateadas y cejas finas blanquecinas, cuadrada mandíbula, con un mentón abultado. Tenía tatuajes de tinta negra, con forma de rayos que sobresalían bajo la manga corta y serpenteaba su fornido brazo izquierdo. Se había recogido el cabello en una coleta, pero algunos mechones traviesos se escapaban de la goma amarilla. No parecía el típico albino que solía ver por las calles. A pesar de tenerlo delante, no era un albino natural. ¿O, sí? No estaba segura. En la mejilla izquierda tenía otro tatuaje. Parecía una G con salidas de tinta alargadas hacia la nariz, por la parte curva de la letra.
      ¿Sus ojos eran violáceos? ¿Dé dónde había salido este tío?
      Si me sigues mirando de esa forma, tendré que parar el coche y hacerte mía en el asiento trasero y no llevo condones. No parecía bromear.
      –Voy a omitir tu burrada. ¿Tienes los ojos lilas? –no me anduve con rodeos, así que se lo pregunté sencillamente sin pensar en que iba a hacerlo.
      Darío ladeó el retrovisor interior y se miró a sí mismo en el espejo. Hizo unos guiños con los ojos y sonrió altanero.
      –Sí, tengo los ojos lilas. ¿Te molesta?
      –No, no me molesta. Es curioso.
      La curiosidad mató al gato.
      –¿Eres capaz de hablarme usando la mente?
      Desabroché el cinturón de seguridad e hice intención de quitármelo para huir al asiento trasero, pero él me dio un grito para que me lo volviera a poner. Quedé petrificada contra el respaldo, parece que se tomaba la seguridad muy a pecho.
      ¿Qué extraño individuo era para hablarme sin mover la boca?
      –Eres una mujer del linaje de los Caballeros de la Luz, cazadores, brujos o lo que gustes y por lo tanto puedo hablar contigo y tú conmigo en esa frecuencia interior.
      –Ajá, claro. Del linaje ese –no podía dejar de mirarlo–. Suena mejor Cainner. –Sonreí yo.
      –¿Qué mierda es eso de Cainner? –me ojeó por encima del hombro,  chasqueando su lengua contra el paladar.
      –Es una palabra que me he inventado para definir a esos Nobiliums. –Le expliqué.
      –Umm, ya veo. Me ha tocado una tonta como compañera. Tonta y demasiado joven para montarla, aunque eres preciosa. –Habló para sí mismo, de forma asediada.
      ¿Cómo que le había tocado la tonta? ¿Qué yo era muy joven para que me montase?
      –¿Qué vas a hacer conmigo? –estaba cansada de que jugaran a ocultarme cosas.
      El hombre se mordisqueó los carnosos y sensuales labios. Me fijé que llevaba unos pequeños pendientes de estrellas amarillas en ambas orejas.
      –Ponerte a salvo, eso es lo primero que haré. Nosotros estamos para proteger a los humanos y a los Nobiliums y luego… bueno, buscaremos a tu familia.
      –¿Ponerme a salvo? ¿Vosotros protegéis a los humanos?
      –Para mi gusto, preguntas demasiado. Sí, alejarte del peligro por un tiempo, hasta que aprendas a defenderte por ti sola. ¿Quieres que siga respondiéndote cosas?
      –Al menos ya sé algo más que ignoraba. ¿Qué le ha pasado a mi familia?
      Seguía sin estar lista para el golpe crucial, de que huérfana era y huérfana me había quedado.
      –Tu familia está en París. De repente una noche atacaron tu casa, cuando tu padre volvía después de haber estado con nosotros en Slovensko. –Con la cabeza señaló hacia atrás, para referirse a sus chicos.
      Me ladeé en el asiento para mirar los Hummer que nos seguían. El primero era rojo con decoraciones un tanto horteras en ambarino. El otro era marrón y beige como el uniforme militar de camuflaje.
      ¿Entonces papá había ido a casa a buscarme? Eso me tranquilizó, pero me puso nerviosa saber que él y mis hermanos estaban en París, más al recordar que Roland me dijo que mi atacante estaba en aquella ciudad.
      –¿Ese vampiro te ha mordido o bebido tu sangre? –Darío se inclinó y me olfateó–. Hueles a él.
      –Sí, más o menos. Hace unas noches un vampiro o algo así, nos atacó a mi madre y a mí en la calle.
      –Sigue, princesa. –Él miraba al frente, soltando de vez en cuando la mano derecha, para manejar la palanca del cambio de marchas.
      ¿Os había dicho que no íbamos en un coche de fabricación inglesa?
      –Esa cosa nos atacó, salió de la nada. A veces pienso que todo fue una pesadilla y que nada es real. –Jadeé trémula.
      La mano del hombre se volvió a posar en mi cuello y acarició de arriba abajo, deleitándome con la callosidad de su yema.
      –Lo siento mucho, nena. Pero no fue una pesadilla.
      –Ya veo ya. Mi madre atacó al vampiro y estuvieron peleándose mientras a mí me atacaban unas cosas extrañas.
      –Esas cosas extrañas de las que hablas, son Umbras Ater. –Susurró Darío, rascándose la mejilla sin tatuar.
      –¿Y qué son esas cosas? –me sentía cómoda con él.
      Yo preguntaba y él respondía sin vacilarme. Darío olía a un sudor fuerte y a, ¿sándalo?
      –Las Umbras son almas en pena que han quedado ligadas al vampiro. Se invocan con la magia del no muerto –bostezó–. Todo pecado contrae obligaciones por consecuencias, cariño. No se puede cometer un crimen sin sobrellevar el peso del mismo. –Sonrió mirándome con aire sagaz, penetrando con sus ojos violetas en los míos. Dándome aquel consejo de: si cometes un fallo, vas a joderte con tus errores.
      Umbras… Esas cosas me mantuvieron ocupada lo justo, para que ese monstruo matase o se llevase a mi madre. No sé dónde está o si sigue viva. ¿T-tú lo sabes? –le pregunté titubeante.
      Ahora que empezaba a tener respuestas, notaba unas ganas enormes de echarme a llorar. Miré de nuevo hacia atrás, visualizando los dos ocupantes albinos del primer Hummer. ¿Quiénes eran para irrumpir en un hotel armados hasta las cejas?
      –Yo tampoco sé si Melisa está viva o muerta, pero ya lo descubriremos. Por cierto pelirroja, me parece que no me he presentado, yo soy Darío.
      –Lo sé, así te llamó el otro chico cuando huíamos del hotel. ¿Tengo que decir que estoy encantada de conocerte? –ironicé.
      Él me miró con la misma mirada que me echaba mi padre, cuando le contestaba mal o le faltaba al respeto, normalmente él me reprendía con un grito o me cruzaba la cara con un guantazo. Esperé la misma reacción por su parte, pero no llegó.
      –Tienes un nombre muy manso. –Sonreí intentando arreglar mi insolencia, aunque su nombre significaba represor.
      Alargué la comisura de los labios, en lo que era un mohín divertido, encogiéndome ingenua como una niña buena, con las manos entre los muslos. Él me dedicó una carcajada que me llenó plenamente de placer. Su sola voz era pura poesía de miel.
      –Te aseguro que no tengo nada de manso. –Intentó hacer una broma que le salió perfecta, con un movimiento liviano de su pelvis.
      –Eso habrá que verlo. –Le piqué. 
      –Sigue contándome que pasó a continuación. Quiero saber si ese cabrón te ha dado su sangre o ha bebido de la tuya.
      ¿Sonaba celoso?
      –Es que todo fue muy confuso. El que nos atacó en el callejón, quería matarme a mí, pero mi madre me defendió. Las bombillas de las farolas habían explotado, la calle estaba a oscuras.  
      –¿Te quería matar solamente a ti? Comprendo, ya han descubierto quién despertará a Mijael. Si el vampiro quería usar a las Umbras, necesitaba oscuridad, porque son sensibles a la luz y al agua.
      –Supongo. ¿Quién es Mijael?
      –Nadie que te importe ahora mismo. –Me ocultó información sobre Mijael.
      –¿Sabes? El vampiro que nos atacó lo nombró. Decía que no podía dejarme viva y condenar al mundo, o algo así. Que la culpa era de mi padre por haberme escondido. ¿Quieres decirme quién es Mijael? –le volví a preguntar.
      –Todo a su tiempo, nena.
      –Me está cansando eso de todo a su tiempo.
      Me encogí de hombros. Le estaba contando la historia a un tipo que ni conocía ni sabía quién era, o que planes tenía para conmigo.
      Mis tripas rugían con fuerza. Si me mareaba no era por mis alarmas de Cainner, ni nada semejante. Era por hambre. No había comido nada desde antes de ver a Jessy en el cibercafé. Estaba tan agotada por la falta de alimento que no era muy consciente de lo que me rodeaba. Notaba los párpados pesados.
      La velocidad aumentó cuando Darío cambió de carril y seguimos hacia la costa por la M27, hacia Southampton.
      Para darle toda la información, comencé de cero, resumiendo la historia. Le conté a Darío todo lo que sucedió. Quitando pequeños detalles sin importancia. Le expliqué que fui a buscar a Melisa a su despacho para ir a cenar a una pizzería. Pasábamos poco tiempos juntas y echaba de menos una relación madre e hija. Le conté los sucesos extraños con aquellos ojos verdes, y las luces que se encendían y apagaban solas. Omití a Sant James, pero Darío me miraba como si no pudiera esconderle nada. ¿Acaso mi mente estaba abierta a todo el mundo? Él apretó las manos alrededor del volante, los nudillos se le pusieron blancos por la presión y refunfuñó nuevamente. Parecía molesto conmigo.
      Le conté casi todo, mientras íbamos en el coche. Desde que el vampiro atacante me abrió el cuello bebiendo de mí, a que luego me recogió de la calle Chevalier y me dio de su sangre, haciéndose un corte en la muñeca y obligándome a tragar el líquido, salvándome así la vida. Que desperté al cabo de tres días en el Blue Tie. Allí conocí y hablé con Roland Marné. La misma noche huí de allí. Acabé en un cibercafé y regresé al callejón donde todo empezó, acompañada de una amiga a la que tuve que dejar sola. Mentando lo del vagabundo y su estado, Darío me explicó que esa muerte había sido provocada por un Lupum. Yo quise preguntarle, pero me dijo que mis preguntas podrían esperar hasta que estuviera más tranquila y con el estómago lleno. Seguí contándole que Marné me encontró en la calle y nos teletransportó con aquella celeridad inexplicable hasta el hotel. Me dijo que yo estaría más segura a su lado. Pero sus respuestas a mis preguntas eran realmente desesperantes. Omití que me había besado para silenciarme. Que había sido mi primer beso, ardiente y fogoso, que me dejó realmente atónita y expuesta a algo más si el vampiro lo hubiera deseado.
      –¡Maldita sea…duérmete!
      Caí dormida sin comprender por qué Darío se volvía a enfadar conmigo. Mi mente era como un libro abierto, que tendría que aprender a cerrar con el tiempo.



Horas más tarde:

      El Parque Nacional de New Forest, nos abría las puertas. Habían pasado casi ocho horas desde que habíamos llegado a Southampton y ahora caminábamos por el césped descalzos, contemplando la noche silenciosa... Él y yo solos.
      Al llegar a la ciudad de Southampton y aparcar en un aparcamiento subterráneo, los compañeros de Darío se alejaron de nosotros, despidiéndose con la mano. Mencionaron algo como de «nos veremos en la Giuma.» Darío y yo salimos del vehiculo y me tomó de la cintura. Parecía que era su novia por la forma de mirarme y tocarme, a ojos de los transeúntes que se giraban para quedar boquiabiertos con el pedazo de hombre que era. Él me apretaba más contra su musculoso cuerpo, haciéndole ver a otras chicas, que ya tenía compañera.
      Apenas  recordaba el viaje en coche, él me mantenía sumida bajo una voz mágica y me pasé todo el camino durmiendo. Durante la marcha por carretera, habíamos parado en una gasolinera. Allí estuvimos todos tomando algo y comiendo. Ellos habían pedido unas cervezas y Darío un whisky. Entre los chicos hablaban que el asalto al hotel había sido un éxito, pero cuando uno parecía decir algo que a Darío no le gustaba, desviaban la vista y cambiaban de conversación. Era como el típico macho alfa de la naturaleza. Él decía cómo, cuándo y dónde se podían hacer las cosas. A mí sin ir más lejos, me hizo comer tres bocadillos y me prohibió rechistar. Tenía hambre, pero suele pasarme que cuanta más hambre tengo, menos me entra la comida. 
      Estuve hablando con alguno de ellos. Conocí al hermano de Darío, se llamaba Hefesto. Era un tipo recreado, distraído y menos musculoso que los demás, el chico del cabello rizado. No tenía tatuajes, al menos no a simple vista. Sus ojos eran azules, no lilas como creí en un principio. Era un fumador empedernido y amante de la Cola, decía que estaba enganchado a su sabor.
      La gente que nos rodeaba en el bar de la gasolinera, no cesaban de cuchichear sobre ellos y mirarlos como bichos raros. Yo misma me preguntaba si se habían visto al espejo. Hombretones como ellos, no todos los días se veían. Y menos un grupo tan numeroso. Parecían sacados de un libro de fantasía o de una película de cine.
      Hefesto se reía sin sentirse observado. Luego parecía que entre todos ordenaban cosas con una voz más profunda y los curiosos que les miraban, se marchaban como si no recordasen nada. 
      –¿Por qué os cambia la voz a una forma gutural? –le pregunté a Hefesto.
      –La voz que usamos para ordenar al cerebro humano o animal cosas tan simples como vete, olvida, da media vuelta, come o ríe, etcétera. Se le llama Ut.
      –O duerme… –susurré pensando en la Ut de cierto cretino–. Interesante, pero vosotros no sois humanos, ¿no?
      Hefesto aprovechó que su hermano y líder estaba en el servicio, para ayudarme con el último bocadillo. Lo cogió y le pegó un buen mordisco.
      –¡Mmmh, pero que bueno está el lomo! No, no somos humanos, pero tú eres una hija del linaje y no tienes que temernos, somos aliados. Mi hermano ya te contará. 
      –Me comienza a dar miedo desconocer tantas cosas. Además colega, hablas de que no eres humano y de que soy una Cainner delante de todos los camioneros del bar. –Me quejé mirando a mí alrededor, siendo cauta.
      –No te asustes por el hecho de que los Terrae no seamos humanos. Pero tenemos parte de vuestros sentimientos. ¡Toma corre, que vuelve mi hermano! Haz que masticas. –Me tendió el bocadillo, mientras se limpiaba los labios con una servilleta.
      Darío regresaba cual Omnipotencia, subiéndose la cremallera del pantalón. Pude ver antes de que la subiera del todo, que sus calzoncillos eran de estrellitas rojas y fondo blanco. Increíble, un hombre tan prodigioso como él, vistiendo ropa interior tan hortera. Lo peor de todo es que no podía apartar la mirada de su entrepierna, abultaba como dos calcetines metidos entre los pantalones. Cargaba hacia la derecha.
      Noté la colleja golpeando contra mi nuca y volví en sí. Ya lo tenía delante, con su larga melena ondulada cayendo por sus hombros, plateada y mágica para mis sentidos de adolescente.
      –He dicho que no me mires de esa forma, no tengo condones y no quiero preñarte –parecía quejarse todo el rato–. Es hora de irnos. –Mencionó a sus chicos y ellos se pusieron en marcha, saliendo a la calurosa tarde del aparcamiento de la gasolinera.
      Pero surgió un problema. Una banda de moteros estaba delante de nuestros vehículos, mirando los dos Hummer Tuning, con la intención de hacerles algo. Eran catorce miembros de Lords of Satan, según conté. Todos llevaban chupas de cuero con ese emblema en llamas bordado. Las cadenas colgaban de los cinturones de sus pantalones de tela tejana y desgastados. Pañuelos de colores en la cabeza, mitones de cuero con pinchos en los nudillos, hombros peludos y brazos tatuados con símbolos del infierno. Cada banda de moteros tenía su propia firma.
      A Darío no le hizo ni pizca de gracia ver a esos tipos rondar los dos coches y sus compañeros se estaban acercando a los moteros, para alejarlos de los Hummer y las bolsas de armas, que había dentro.
      –¡Echad un vistazo, colegas! –un tipo regordete y de medio metro se carcajeó, burlándose de los Terrae–, ¿dé qué circo habrán salido estos pelos blancos?
      –¡Uy, que tipos duros vienen a vernos, sacad las entradas chicos, comienza la función de monstruos! –le siguió un pelirrojo con bigote abultado.
      Yo miré a mí alrededor. Darío se había cruzado de brazos a dos pasos por detrás de mí, mientras Hefesto y tres más se acercaban al primer Hummer y apartaban a dos moteros, que estaban tocando los espejos retrovisores, intentando arrancarlos.
      –Los humanos nunca aprenden. Princesa, ¿quieres qué les parta la cara o que les ordene que se prendan fuego a sí mismos? Puedo hacer que ladren como perritas y se pongan a cacarear como gallinas.
      Sobrecogida por las palabras del jefe albino, sonreí un poco nerviosa. Supuse que los «humanos» no serían un problema para unos tipos que se habían cargado todo un hotel de cinco estrellas y se habían peleado con las Umbras, vampiros y todo tipo de monstruos. Me encogí de hombros y miré la escena sin responder a Darío. Lo noté pasar a mi lado, chocó contra mí, como si le gustase tocarme. Siguió hasta los vehículos, descruzando los brazos de forma autoritaria. Sus compañeros no se molestaron en buscar pelea, pero algo me decía que Darío necesitaba de esa acción para sentirse lleno. Había cierta oscuridad en su interior.
      Los moteros empujaron a Hefesto y él devolvió el empujón, gruñendo con cierta agresividad, como un chacal cabreado que comienza a avisar del peligro, enseñando los dientes y esperando la orden del jefe de la manada.
      –¿Qué pasa grandullones, sé os ha comida la lengua el gato? –uno de los Lords of Satan, dio un paso hacia el segundo Hummer y le pinchó la rueda con una navaja.
      –Largo de aquí, antes de que sea tarde. –Dijo Hefesto crujiéndose los nudillos.
      Yo noté el peligro en mi cabeza. Cabrear o intentar cabrear a esos seres que no eran humanos, era el peor error de un mortal. Owen y Kilian los de la perilla de chivo y cierto parecido familiar, y Lennox, que llevaba un tatuaje en toda la cara sin forma definida, empujaron a tres moteros lejos de los vehículos.
      –Que pena que la ponzoña nunca aprenda. –Darío se recogió el cabello.
      Sus músculos se tensaron y yo suspiré soñadora por esa fuerza bruta.
      –¿A quién llamas ponzoña, perro blanco? –dijo un tipejo veterano con un tatuaje de una cobra en el brazo, quitándose el casco de la moto y buscando entre sus pantalones una navaja.
      –¿Os hemos hecho algo para que nos faltéis con insultos? –preguntó Lennox, crujiéndose los dedos de las manos, imitando a Hefesto.
      –No, pero…
      –¡De pero nada! Sois unos mierdas. –Soltó Kilian, con un acento escocés medieval muy marcado sin dejar hablar al miembro de Lords Of Satan.
      Éste carraspeó intimidado y reculó.
      –Estáis en nuestra gasolinera y aquí cobramos un extra a la gente rara como vosotros. Es nuestro territorio. –Una voz de mujer, ronca y cadavérica, brotó entre la discusión.
      A esa no la había visto llegar. La miré fijamente con coraje. Era una putilla barata, ataviada con un corpiño rojo claro de cremallera. Ella era tan delgada que sus piernas eran como uno de mis brazos. Calzada con botas de tacón fino y pantaloncitos de cuero que apenas cubrían sus duras nalgas. Maquillada de forma extravagante, con pintalabios rojo chillón. Masticaba haciendo pompas un chicle, dándose aires de princesa de barrio. Su cabello castaño era largo y lacio, mal peinado con un lacito negro en el lateral derecho.
      –¿Así qué es tu gasolinera y cuánto cobras por servicio? –grité desde mi retrasada posición, yo también quería entrometerme.
      Todos se quedaron mirándome y como estaba claro que iba a pasar, la mujer caminó hasta mí. Era tan honorable intentar pegar a una adolescente de quince años…
      La princesa de barrio se detuvo a tres pasos. Yo le sonreí con desdén arrogante. Después de haber estado con un vampiro y peleándome con Umbras en el callejón, no tenía miedo a una mujer que se creía la reina de una carretera y que iba de cocaína hasta las cejas.
      –Mirad, la mocosa. ¡Ha osado decirle a nuestra Britanny qué cuanto cobra por follar! –exclamó entre carcajadas un hombre de unos treinta años de edad, que temblaba de risa apoyándose contra su Harley.
      –¡Billy cállate! –ella pisoteó el suelo ofendida, gritándole a su compañero–. ¿Así qué me has llamado puta? –se creía la mandamás, con su aire petulante y enfermizo.
      Me golpeó el hombro repetidas veces.  
      –Sí, Brit –me aventuré a decir–. ¿Te lo anoto en una hoja para que lo leas?  –le respondí con un encogimiento de hombros, sabiendo por donde vendrían los tiros–. ¿Me vas a pegar, B-r-i-t? Ni siquiera te aguantas en pie, de lo colocada que estás. Así que lárgate y haz lo que sí sabes hacer. Dejarte montar a cuatro patas, como la perra que eres y empolvarte la nariz en alguna letrina sucia. –Me sentía una niña mala, me temblaban las piernas.
      Una vez que comencé a hablar, ya no podía parar. Quizás era porque me gustaba ver como ella luchaba por mantener el equilibrio, golpeando su frente contra la mía, intentando empujarme de esa forma. Mirándonos fijamente a los ojos.
      Apreté el puño de la mano contra mi costado, preparándome por si se lanzaba a por mí. Con una risita estúpida, Britanny miró hacia sus chicos y ellos se echaron a reír por lo que dije.
      –¿No me equivoco verdad, B-r-i-t? –dije intentado cabrearla un poco más.
      Ella chilló como una loca y quiso tirarme del pelo, clavarme las uñas en los ojos. Me moví con una agilidad que no conocía, esquivando el golpe y le pegué una soberana patada entre las piernas, en todo el centro femenino con la punta de mi bota. La mujer aulló jadeando entre sollozos y cayó de rodillas al suelo, con las manos entre sus muslos. Los pantalones comenzaron a mancharse de sangre, creo que le hice más daño de lo esperado, parecía una pequeña hemorragia.
      Nuestra pequeña pelea encendió una llama de odio suficiente, para que los Lords Of Satan quisieran vengar a su compañera, por la humillación. Pero Darío no pensaba dejar que sus chicos se peleasen. Se acercó a uno de los macarrillas y sin mediar palabra también soltó un golpe. Certero y directo, le dio tal puñetazo al primero que se había burlado de ellos, que le rompió literalmente la mandíbula y le hundió la cara hacia dentro. Yo no pude ahogar mi alarido de sorpresa, me cubrí el rostro con las manos. No quería ver toda aquella sangre y dientes rodar por el suelo.
      ¿Por eso no podían pelearse con los humanos? Ahora comenzaba a entender. Los albinos tenían una fuerza descomunal.
      –Ahora iros de aquí, y que no os vuelva a ver –agarró de la solapa de la chaqueta al gordito y bajito que luchaba por nos desmayarse por el golpe. Darío lo zarandeaba como si pesase menos que una hoja de papel–, como os vuelva a ver, os mataré uno a uno. ¡Ahora la gasolinera es mía! –gruñó irritado por la pérdida de tiempo.
      Para demostrar que no estaba bromeando, Darío caminó hasta el Toyota y sacó de la guantera una pistola. La enseñó y apuntó a los moteros que saltaron tras las motos para cubriese.
      –¡Vámonos al hospital tíos, están locos, están locos! ¡Que os jodan a todos mamones!
      Arrancaron los motores de sus flamantes Harleys Davidson y desaparecieron carretera abajo. Las familias que estaban repostando en la gasolinera nos miraban con la boca abierta, pero en cambio os puedo garantizar, que los empleados estaban más tranquilos. Ya no volverían a tener problemas con esa banda, que tantos quebraderos de cabeza les había  causado a ellos y a la policía local.

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