lunes, 31 de marzo de 2014

Las Crónicas de Ray Field -Capítulo 3 (Promo)



Las Crónicas de Ray Field -Confusión -published 2012 Editorial Anubis +18

Capítulo 3




      Aproveché a descansar en un parque y lavarme la cara con el agua de una fuente. Usé mi camiseta como paño, para secarme y cubrir la herida de la sien, presionando hasta que dejó de sangrar y me la puse de nuevo. Luego retomé la marcha.
      Estuve casi dos horas caminando. Ni siquiera supe en que hotel había estado. Pues no me digné a mirar el letrero. Salí corriendo en cuanto cogí el dinero del suelo. Completamente sola, únicamente con lo puesto, sin móvil y sin el reproductor de música que siempre llevaba en el bolsillo, fui dando tumbos, hasta adentrarme en un barrio dormitorio. Allí las luces rosas del neón de un cibercafé, me captó como a un colibrí el néctar de una flor. Al entrar dejé escapar un suspiro de sorpresa al reconocer a la dependienta tras el mostrador. No era otra, que mi mejor amiga del instituto, Jessica Valentín. Ella se llevó las manos a la cabeza al verme entrar. Yo no vestía con mis mejores galas precisamente. Saltó de forma torpe por encima del pequeño mostrador, hasta cogerme del brazo y tirarme contra una silla vacía.
      –¡Me vas a desmontar! Pareces una camionera de lo bruta que eres. –Me quejé.
      –¿Sé puede saber de dónde vienes? ¿Qué has hecho estos tres días? Y, ¿por qué llegas aquí, con la ropa sucia y rota? ¡Estás sangrando por la sien!
      Se lo expliqué todo, menos la idea tétrica del vampiro. El mundo no estaba listo para saber de ellos, aunque mucha gente deseara ser como ellos. Adorarlos, canonizarlos a una imagen más humana, cuando eran unos monstruos sin corazón ni sentimientos. ¿Qué veían de bonito en los no muertos?
      Nunca me han gustado esas películas ñoñas de vampiros, ni los libros de vampirismo. La mayoría los encuentro absurdos. Jessy se quedaba pasmada, mordiéndose las uñas muy nerviosa por mi explicación, la cual alargué con sumos detalles. Me costaba creerlo hasta a mí.
      Mi amiga pidió a su compañero de trabajo, un emo rubio y flacucho, con una lágrima dibujada en negro bajo el párpado y dos estrellitas tatuadas en el cuello, que me preparase una tila con valeriana bien cargada. El chico sin demorarse se metió en la trastienda y salió al poco, con una taza de ositos y me la tendió. No preguntó nada sobre mi aspecto. Me dejó tranquila y volvió a su puesto de trabajo.
      –Christian no dirá nada, es un chico callado. –Dijo Jessica, mientras me curaba con agua oxigenada los rasguños de mi cara. La miré y sonreí. Era una buena amiga, siempre me estaba haciendo reír y ayudándome cuando más lo necesitaba.
      –¿Pero eso es verdad? Quiero decir, ¿un psicópata os ha perseguido desde el juzgado para atacaros a ambas?
      –Mira Jessy, fue todo muy confuso ¿Qué quieres que te cuente? Ese tipo apareció en la calle ante nosotras. Hablaba sobre mi padre, de profecías y cosas raras y nos atacó. –Me expresaba como siempre, con movimientos de las manos.
      –¿Y tú madre ya no estaba en el callejón, cuando ese malnacido te atacó a ti?
      –No Jessy, simplemente desapareció de mi vista. Puede que la tirase entre las cajas de cartones, pero…
      ¡Claro! Mira que era tonta. Hasta ahora pensaba que el vampiro o lo que fuera se la había llevado. ¿Podría estar muerta, entre la basura? Tenía que ir a verlo. Pero Jessica me conocía muy bien y me hundió los dedos en el brazo, para impedir que saliese corriendo a averiguarlo.
      –En esos callejones hay basura que recogen todas la noches, no estará allí. Tranquila, ¿vale?
      –Tengo que ir.
      –Si no te calmas y descansas, no te dejaré ir. Llama a tu padre y cuéntale todo. ¡Petardilla, tenías que haber ido directa a la comisaría a denunciarlo!
      Ya tardaba en echarme la bronca.
      –¿A la comisaría? –Oculté un mohín molesto.
      Ya claro, les diría que a mi madre la elevó sobre el suelo un hombre con colmillos y que a mí me atacaron unas masas viscosas de algo raro que no sabía definir.
      –Es un milagro que sigas viva.
      –Un puto milagro que no entiendo. –Me quejé y sorbí mi tila con valeriana. Estaba asqueroso, pero hice un esfuerzo por tomármela.
      Nos quedamos mirando mutuamente. Sus ojos marrones me escrutaban buscando mentiras, o cosas que me callaba. Ella estaba guapa con su cabello otoño recién cortado hasta la altura de los hombros, le hacía el rostro más ovalado y menos alargado. Se había alisado el cabello y llevaba flequillo.
      –¿Y estos tres días que has pasado sin ir al instituto, dónde estabas? Muchos profesores han preguntado por ti.
      Tomé aire y me quemé la lengua con la tila caliente. Después de dejar la taza encima del mostrador y de examinar el local, le sonreí indocta y me encogí de hombros. 
      –Estaba recuperándome en un hotel.
      Jessy se lo tomó a risa, cruzó las piernas con un movimiento nada femenino y apoyó el codo en el reposabrazos de su silla, hasta reclinar la espalda hacia atrás y sopesar mis palabras.
       –¿En un hotel?
      –Sí, en el hotel del hombre que me ayudó cuando el ejem, el otro se dio a la fuga.
      –¿En un hotel?
      –¡Sí! –exclamé exacerbada.
      –Hummm –volvió a inclinarse, esta vez hacia delante para tocarse los tobillos y mirarme desde su posición agachada–, ¿un hombre te ayuda después de que otro te ataque y te lleva a un hotel? ¿Y por qué no a un hospital?
      Me estaba doliendo la cabeza y no era por mis alarmas de Cainner.
      –¡Yo que sé!
      Me golpeó con el puño en el costado y me hizo gemir de dolor. Era una bruta, ¿os lo había comentado? Jessy era una chica que entrenaba con el equipo de básquet de otro instituto. No era muy alta, pero jugando era la reina de la pista. En nuestros ratos libres, íbamos al polideportivo del barrio a echar unos partidos de una contra una, hasta que otros se sumaban y hacíamos partidos realmente divertidos, que podían alargarse todas las horas que quisiésemos. Luego en el supermercado, en la sección de bollería, comprábamos palmeras de chocolate y batidos. Con el tiempo, algo tan ameno y aniñado lo llegaría a echar en falta.
      –Me he despertado hoy, después de estar tres días tirada en una cama luchando por mi vida. ¡Ese desgraciado me cortó el cuello!
      –Y sin embargo, no tienes ni una sola marca de navaja o cuchillo. –Ella me acarició el gaznate con la yema de su dedo y volvió a mirarme fijamente.
      –Lo sé, eso tampoco lo entiendo –no era precisamente un arma blanca lo que me cortó, sino dos dientes muy afilados, pero no se lo dije–. La cuestión Jessy, es que al despertarme, estaba en un hotel y el hombre que me ha salvado me resulta el culpable de todo lo que sucedió hace tres días. Creo que ese tipo es el asesino.
      –¿El asesino? –indagó estupefacta.
      –Diablos, sí. El agresor.
      –Espera un segundo, ¿entonces, el supuesto agresor te corta el cuello, te deja tirada en la calle y luego regresa para ayudarte, y retenerte cautiva?
      Exploté en una risa histérica mientras me hablaba. Me tiré al suelo de rodillas, golpeando el suelo con la palma abierta de mi mano. Las lágrimas se derramaron por mis ojos verdes. El cabello lacio me caía por el rostro y las puntas acariciaban el suelo pegajoso donde estaba tendida riéndome exageradamente. No podía parar, la mandíbula se quejaba dolorida y mi vientre era tensión y nervios. Jessica se pensaría que le estaba tomando el pelo, pero ojalá fuera así. Ni ella ni yo nos enterábamos de nada.
      Todo una pesadilla.
      –¡Deja de reírte de mí! –gruñó llamando la atención de sus clientes.
      –¿No te resulta todo flipante? –le pregunté agarrándola del pantalón. Algo que peligró, ya que tiré hacia abajo y se le vieron las braguitas blancas con conejitos rosas y un lacito verde.
      Corrió a zafarse de mis garras y volver a cubrir sus vergüenzas. De pronto la risa se convirtió en llanto.
      –¿Estás llorando? –tiró de mi camiseta y me volvió a sentar bruscamente.
      –¡Ay, que bruta! –me quejé–. No estoy llorando, es por la risa, ya se me pasará. –Mentí, frotándome los ojos.
      –Ese hombre, el del hotel, ¿te dijo como se llamaba?
      –Roland Marné.
      No había terminado de decírselo cuando Jessica tecleó con dedos maestros sobre el teclado. Clicó en el buscador de Internet y puso su nombre. La cantidad de páginas que aparecieron eran muchas, para ir clicando una encima de otra. Pero el primer encuentro ya nos dejó inmóviles en nuestros asientos.
                         
~~Marné Inmobiliarias, París. -¿Usted busca una casa? Nosotros se la encontramos al mejor precio. Desde 1820, su inmobiliaria de confianza.~~

      ¿Era un ejecutivo? Gracias a Jessica supe que no era sólo un hombre de negocios, prospero de casas de lujo y apartamentos en el centro de París y toda Francia. También tenía pisos estudiantiles en España y en Alemania. Casas de alquiler en Inglaterra y Escocia. Hoteles varios por toda Europa, llamados Blue Tie. Yo había estado en uno de ellos. También tenía un título nobiliario. Era Conde. Cuanto más leíamos sobre él en Internet, más inalcanzable nos parecía a pesar de la información, era y no era a la vez un hombre invisible. Un hombre que no tenía miedo a nadie. Amante del arte, buen comprador en subastas privadas, seguramente –y agrego para mí– en subastas clandestinas. Detuve a Jessica, no quería saber nada más de ese tipo.
      –¡Dios, el tío está forrado, Ray!
      –Tiene una inmobiliaria. –Susurré yo, mirando la pantalla.
      –¡Sí, además, tiene pasta y es Conde! –agregó ella pinchándome con el bolígrafo que cogió del lapicero.
      –No te creas todo lo que sale en Internet, Jessy.
      –¿Qué no? Anda ya. ¡Has estado con un Conde! Ahora dudo que sea él el asesino, digo el agresor.
      –Una mente caprichosa es capaz de matar por algo insignificante. Mira, vamos a dejar el tema. Me voy, necesito ir al callejón, necesito ver si mi madre está allí…
      –Llama a tu padre, toma. –Me entregaba el teléfono sin dudarlo.
      Me puse en pie y marqué el número de papá, seguramente estaba muy ocupado en su trabajo como para saber si en casa estábamos a salvo. Si mi padre no contestaba, llamaría a Alex o Jeremy, los cuales seguramente moverían cielo y tierra por encontrarme. ¿Verdad?
      Un toque, dos, tres, cuatro. No hubo respuesta y colgué.
      –No lo coge. –Dejé el aparato sobre el mostrador y resoplé meciendo mi flequillo, con el aire expulsado de mi boca. Jessica me lo volvió a tender y yo lo volví a dejar sobre el mostrador.
      –Déjalo anda, tengo que irme. Gracias por la tila con valeriana, pero creo que en mi estado no me hace ningún efecto.
      Al voltearme ella me aferró del brazo y tiró de mí, pero con suavidad. Nos volvimos a mirar. La pobre parecía más preocupada y asustada que yo. ¿Y que le iba a decir? Necesitaba encontrar a mamá, e ir a casa y saber que todos estaban bien, por muy pesada que me estuviese poniendo. Pero las cosas eran así. Jessy estaba trabajando y yo acababa de pasar un momento delicado de muchos que vendrían en el futuro.
      –Voy contigo al callejón.
      –¡No! –le denegué apresuradamente, zanjando el tema con un movimiento de mi mano.
      –¡Acaso estás tonta! ¿Te has visto al espejo? No puedo dejarte ir sola, podría pasarte cualquier cosa a estas horas de la madrugada. –Señaló el reloj redondo de una marca de cereales, que colgaba sobre la puerta de entrada.
      ¿Ya eran las tres y veintitrés?
      –¡Está bien, vente!
      Aunque Jessica tenía quince años como yo, en aquel entonces, había crecido mentalmente de forma diferente. En su casa las cosas no eran buenas, su padre después de la muerte de su madre en un accidente de tráfico, se había dado a los calmantes hasta el punto de engancharse a ellos y al alcohol, cuando se vio postergado en una silla de ruedas, cuidando con una hija pequeña. Mi amiga no tenía más familiares en Inglaterra. Estaba sola y ahora las tornas de padre e hija, se habían intercambiado. Ella cuidaba del señor Dennis. De ahí a que si había alguien que comprendiera mi dolor por perder a mi familia, esa era Jessica.
      Como le dije, la dejé venir conmigo. Cogió su chaqueta y el monedero, alertó a Christian para decirle que enseguida regresaba y salimos fuera del cibercafé. Paramos un taxi, le dimos la dirección al conductor y nos llevó hasta allí sin preguntar.



      Media hora más tarde, tras pagar la carrera salíamos del taxi y nos dirigimos corriendo hasta la calle. Supongo que los barrenderos habían hecho su trabajo, porque estaba todo limpio. Las farolas arregladas alumbraban molestamente con bombillas nuevas. La acera sin rastro de cristales ni manchas de sangre. Me detuve en el escaparate de la tienda, en la cual me había mirado la otra vez y vi el callejón reflejado. Pero estaba sucio a diferencia de la calle principal. Allí nadie había pasado para quitar escombros, ni basura.
      Jessica ya caminaba hacia allí y corrí para seguirla. No quería perderla de vista. Ambas nos cogimos de la mano, dándonos apoyo la una a la otra. Sorteamos cartones, vidrios rotos de botellas, unas cuantas jeringuillas y algún que otro preservativo usado. ¿De verdad algún viva la vida, hacía el amor en un sitio tan sucio y deprimente?
      Mis alarmas de Cainner estaban desactivadas. Esta vez, aunque pareciera tonto, pensaba hacer caso al primer escozor de cuero cabelludo que tuviera. Si Ray adulta regresaba para señalarme y decirme que era una ignorante por pasar por alto mi don, la mandaría a la mierda y actuaría. Sí, como debí actuar en su día.
      –¡Ten cuidado, hay ratas! –me alertó Jessica.
      Se mordía la lengua para no chillar, cuando de pronto correteó hasta una caja y se subió en ella.
      –Sí, ya lo sé. Aquella vez yo pisé una. Gracias por avisarme. –Le saqué la lengua.
      Le tendí la mano a Jessica y la aceptó bajándose de la caja. Si soy sincera, estaba muy nerviosa. Estábamos. Los dientes me castañeaban y el sudor frío que recorría mi nuca hasta mi espalda, resbalando por la columna vertebral, endureció mis pezones. Nos íbamos acercando a un puñado de cartones y bolsas industriales de basura, cerca de las escaleras de la salida trasera del cine abandonado. Apestaba a descomposición y tuve miedo. ¿Era mamá la que olía así, después de tres días entre escombros sin ser encontrada?
      –Creo que me equivocaba antes, cuando te dije que pasaban a recoger la basura de los callejones. En mi calle lo hacen. –Se auto culpó Jessica, cubriendo su nariz con la mano libre.
      Yo hice lo mismo. Luego apreté con fuerza mis dedos entrelazados con los dedos de ella y la miré.
      –Te dije que no limpiaban esta zona. Pero eso ya da igual, este lugar no estaba tan sucio la última vez. ¿Sabes? no estoy lista para verla en ese estado.   
       Musité en voz muy baja, apretando los labios, notando mis ojos humedecerse.
      –Ánimo, no sabemos si Melisa está aquí. Pero para eso hemos venido. Para quitarte la duda de la cabeza y que te tranquilices, petardilla. Luego iremos a la policía… Mi padre me va a matar como sepa que he dejado a Christian solo en el negocio –su mano se despegó de la mía y me agarró del brazo, abrazándose así a mí–. Pero vamos a ser fuertes, yo estaré siempre contigo si pasa algo malo. ¿Lo sabes verdad? sabes que me tienes para lo que sea. Somos amigas, ¿cierto?
      Creo que me puse tierna al soltar una exclamación cursi por sus palabras de arrojo. No pude evitar besarle la mejilla repetidas veces y limpiarle a ella las lágrimas, que caprichosas como el destino, comenzaban a mojar su piel. Muchas noches, mi madre, Jessica y yo, habíamos compartido el sofá del salón y las palomitas, mientras veíamos películas de Antonio Banderas. Mis hermanos se encerraban en sus cuartos, para no escucharnos hablar sobre ese actor.
      Si mamá estaba tumbada entre los desperdicios, tenía que sacarla de ahí, por muy terrible que fuera su imagen devorada por los bichos. Melisa Field, fiscal de menores, se merecía un entierro, flores, una misa y una bonita capilla. Una lápida recalcando que fue una mujer modelo, de la sociedad actual.
      –¿Lista?
      Jessica agarró el borde de una bolsa de basura y yo lo hice del otro extremo.
      –Lista. ¡Uno, dos, tres!
      El olor nauseabundo que llegó a nuestras fosas nasales, casi nos hace vomitar en el acto. Chillamos y echamos a correr hasta la calle iluminada.
      Jamás en la vida quiero volver a tener que mirar algo semejante. La bilis salió expulsada desde mi estómago. Me arrodillé vomitando entre la acera y la carretera, justo dejando caer todo a una cloaca. Empalidecí místicamente.
      Una vez con cinco años, me caí a un pozo cuando estábamos de excursión por un pueblecito cerca Penzance. Allí en el pozo había un gato muerto y olía mal, pero no presentaba las mismas condiciones putrefactas, que el vagabundo que estaba entre la basura. Las cucarachas salían de su boca, los gusanos de sus ojos, nariz, oídos. Tenía el vientre abierto en canal, como si un gran chacal le hubiese mordido. Se le veían perfectamente las costillas teñidas de sangre, tejidos y carne colgando hacia dentro. Por fuera se le escapaba el intestino. Su rostro era cadavérico, mandíbula torcida, apenas con dientes. Sus ojos blanquecinos, grises en el olvido y la lengua… lo peor y más extraño de todo, es que la lengua le asomaba por un agujero perforado en la garganta. Parecía un ajuste de cuentas. El muerto estaba tendido en el suelo con las manos agarrotadas sobre el pecho.
      –¡Llama a la policía Jessica, que vengan y se lo lleven!
      Como le pedí, a los quince minutos de llamar, ya estaba la calle acordonada. Dos patrullas y la morgue habían aparcado en la acera. El policía que me estaba haciendo las preguntas, era bastante inepto. Sostenía en su mano un bloc de notas y jugaba con el bolígrafo entre sus dedos. Su placa brillaba y me fijé en su nombre. Louis Ibrahim.
      En el callejón se estaba llevando a cabo una investigación que pronto se iba a cerrar. ¿A quién le interesaba la muerte de una persona que para la sociedad era invisible? Yo por ejemplo, quería saber que le había pasado al vagabundo. ¿Qué o quién lo mató?
      Jessica estaba sentada en el banco cercano de la parada del autobús, hablando con un agente más veterano y predispuesto a acosarla a preguntas. El policía que me atendía a mí, ni siquiera se aclaraba con el papeleo. Parecía un soldado. Me hizo la pregunta del millón, cuando me preguntó qué que hacíamos dos chicas jóvenes allí, a esas horas de la noche. Pero no yo no le dije nada, así que él siguió preguntándome otras cosas.
      –¿Entonces lo acabáis de encontrar? –se fijó en los rasguños de mi frente.
      –Sí, y os hemos llamado enseguida. –Le respondí agotada, dejando caer los hombros y apoyando la espalda en la puerta del coche patrulla.
      –Ajá –tomó apuntes y volvió a la carga–. ¿No sabéis quién era el fallecido?
      –¿Lo sabe usted? –mi voz manó ronca, encarándome con el policía de ojos pardos. Él sonrió dejando un mohín en el aire, que desapareció enseguida por mi insolencia–. Quiero decir… lo siento. Apenas está reconocible con toda esa carne desgarrada y los huesos aplastados. Quizás era el tipo que siempre pedía en la puerta de la iglesia. Un tal Jonás, No sé. Los vecinos sabrán más de él, que yo.
      –Tranquila muchacha, estoy acostumbrado a tratar con gente sobresaltada, cuando encuentran este tipo de cosas.  
      Asentí con la cabeza, quedando pensativa. Observando el callejón y a los forenses estudiar el cuerpo del muerto sobre los escombros.  
      ¿No tendría que hablarle de mi madre y decirle que ella también había desaparecido en ese mismo callejón? ¡Venga! Decidida a jugarme la última carta de cordura, abrí la boca para pronunciar las palabras.
      –Escúcheme, tengo que decirle algo más.
      –Dígame, muchacha.
       –Sé que tenía que haber llamado a la policía antes, pero… mi madre fue atacada brutalmente aquí mismo hace tres días y desde entonces no sé nada de ella. La verdad, no sé dónde está y –conseguí hablar rápidamente y me detuve al verle actuar de una forma extraña–. ¿Hola? ¿Está escuchando lo que le digo, agente Ibrahim?     
      El policía cayó en una hipnosis extraña, permaneciendo con la mirada perdida. Abría y cerraba la boca continuamente.
      Al volver en sí, el agente Ibrahim se apartó de mí, dejando de reparar en mi existencia, como si yo no estuviese allí y se metió callejón adentro, para ayudar a transportar el muerto.  
      –¿P-pero…? ¡Eh, pero dónde, va! –le grité malhumorada.
      ¿Y mamá? ¿Y la búsqueda para encontrarla? ¡Por qué pasaba de mí ese cretino!
      Alarma. Me picaba terriblemente la cabeza y me rasqué frenética para disipar la mala sensación de tener miles de bichitos correteando por mi limpia cabellera pelirroja. Seguí al policía, pero me agarraron del cinturón del pantalón y tiraron de mí hacia atrás.
      Dejé un grito en el aire.
      –¿Sé puede saber qué haces fuera de mi hotel? –la voz sensual, caliente y normanda de Roland, me dejó patidifusa.
      Chevalier, el director de Blue Tie, me soltó y se cruzó de brazos. Me miraba casi irritado por haber tenido que buscarme por toda la ciudad. Cuando se enfadaba le salía un interesante hoyuelo en la comisura de la boca, a mí me apetecía borrárselo a lametones. ¡No, no, no!
      Su esencia portentosa, extraña como caricias de miel y azúcar, me atrajo de forma excitante. Me insinué delicadamente perdiendo el norte de mis actos. Algo me embrujaba y dominaba. No sabría explicar los porqués de mi atracción por ese desconocido, pero era un apetito voraz de gozar con dolor y placer que muy dentro de mí sabía que no deseaba.
      Juntando mis senos con las manos, como una florecilla recién nacida, me humedecí con la punta de la lengua los labios. Sonriéndole y entrecerrando los ojos como una gatita juguetona, le rugí. Él descruzó los brazos, hundió sus dedos en mis hombros y tiró de mí hasta abrazarme.
      –No quiero que tontees conmigo. No podría dejarte escapar. –Me susurró molesto, como si ya me hubiese dejado ir en otros tiempos.
      –¡Diablos, no tonteo! Eres tú, es tu cuerpo, es algo que me atrae hacia a ti como un imán. No creas que soy una golfa.
      –No lo pienso. –Susurró él.
      ¿Por qué actuaba de esa forma? ¿Y a qué venía eso de tocarme las tetas para él? Y encima delante de mi amiga y los policías. Angustiada necesité de toda mi bizarría para enfrentarme a los ojos acusadores que me miraban, pero nadie se había fijado en nosotros. Todo el mundo parecía ignorarnos, como si fuéramos de otro plano paralelo.
      –¿Cómo has dado conmigo? –me aparté hastía de su frío abrazo.  
      –No me es complicado dar contigo. –Me susurró.
      Roland miraba el cielo, buscando a saber qué.
      –¿Y has venido para impedir que te delate a la policía? –le empujé, él no me devolvió el empujón.
      Sólo se volvió a cruzar de brazos, quitándole importancia a mis palabras y disfrutando de mi comportamiento.
      –Te he dicho que yo no soy el que os atacó. Ahora vamos, ese muerto ya no irá muy lejos y la policía se encargará de llevárselo. Creo que has sido muy descortés al marcharte sin decirme nada.
      –Tú eres el que después de mi acusación, has huido con evasivas. –Le indiqué sonriente, toda altiva.
      –Las cosas son más complicadas. Te dije que te costaría comprenderlo. Pero todo llegará a su tiempo.
      –Ajá, pero aún no me queda claro como sabes tantas cosas, si no estabas en el momento que nos atacó ese hijo de perra. –Señalando al callejón alcé la voz, pero nadie se volteó para hacerme un interrogatorio. Ni siquiera Jessica estaba atenta a mí, seguía hablando con el agente.
      Las luces del vaivén del coche de policía nos arropaban una escena tensa, pasábamos del rojo al azul, con la molesta conversación de otros policías y el ruido de la ambulancia.
      La varonil y esterizada mandíbula de Roland, de señor feudal que portaba en su imagen de hombre perfecto, se tensó. Los músculos del cuello siguieron las mismas reglas. Creo que en todos sus años tratando con la gente, era la única qué conseguía ponerlo nervioso hasta niveles insospechados.
      –Hablaremos mañana por la noche sobre todas tus dudas y las responderé lo mejor que sepa. Mírate… –estiró el brazo y con su mano abierta me acarició la frente con los dedos. La herida abierta de mi piel, lo hizo gruñir hambriento.  
      –¡Pero es que yo no quiero esperar a mañana! ¡Quiero irme a casa, con mi familia! –chillé y él me cubrió la boca con la mano, me volteó tan rápido, que por un momento perdí de vista la calle, la gente y todo lo que nos rodeaba.
      Todo fue un borrón que volvió a materializarse ante mi mareada cabeza. La sorpresa llegó cuando ya no estábamos en la calle acordonada, sino, delante del hotel Blue Tie que nos abría las puertas. Roland tiraba de mí, agarrándome de la mano. ¿Cómo habíamos llegado al hotel tan rápido y sin coche? ¿Estaba soñando otra vez? ¿Roland tenía supervelocidad?
      Vomité en el hall, sobre la alfombra principal de lana y algodón, anudada a mano. No quedaba en mi estómago ni comida ni bebida. Me sentía tan débil, que me desplomé en el suelo con la vista borrosa, los murmullos lejanos en un  eco repetitivo y amargo. Las fuerzas escapaban de mi cuerpo y la oscuridad se hizo dueña de mi ser. Sólo noté como él me cogía en brazos y el vértigo me hizo sollozar.



      Hola chiquitina.
      Ahora mismo no me apetece hablar contigo.
      Es una pena, chiquitina, estaba aquí pensando en el muerto que has encontrado. ¿Cuándo piensas irte a casa? Cuando vayas será tarde.
      Ray adulta se sentó junto a mí, en el prado escocés que mi mente delicada había creado para relajarme. Una replica del Stonehenge estaba en mitad del brezo, junto a un bosque profundo, silencioso y tranquilo en un horizonte indefinido. A mi derecha el mar, a mi izquierda un río, que ascendía hasta una especie de arcoíris de colores negro y rojo y que descendía hasta una abertura en la tierra, directa al infierno. Supongo que era otra habitación diferente a la que mi Ray adulta me había llevado la primera vez.
      ¿Por qué tiene que ser tarde? –le pregunté.
      Será tarde si no consigues dar con tu padre. ¿Por qué no te coge el teléfono? –ella sabía la respuesta, yo la desconocía y por mucho que le fuera a sonsacar, ella haría lo de siempre. Evitar decir nada.
      Está ocupado, él no sabe nada de lo que ha pasado.
      Me estás resultando ser un poco ingenua –me dijo mirando el arcoíris–. Parece que el mundo se compone de miles de colores que el ojo humano puede distinguir entre todas las gamas, pero realmente solo hay dos validos para la gente como tú  y  yo.
      Sé que había perdido el conocimiento en el hall del hotel. Caí agotada desmayándome… ¡Pobre Jessica! La había dejado sola, cargándola con todo el marrón del interrogatorio. Encima de que se interesaba en ayudarme, yo me iba sin despedirme. Mejor dicho, me llevaban a la fuerza con una velocidad alarmante. Y, ¿qué le pasó al agente Ibrahim? Daba miedo mirarle. Como si su batería se hubiera agotado por un segundo. ¿Era un muñequito de tela manipulado por un poder vampírico?
      ¿Qué colores rigen la vida de un Cainner? –hice ademán de tumbarme en la hierba fresca. Ella no lo impidió, es más, me imitó y nos dejamos caer con las manos tras la nuca.
      Vida y muerte. –Respondió con agilidad.
      El rojo la vida, el negro la muerte? –indagué.
      Sí. Para los que son como nosotras, sólo hay dos caminos a seguir. Para la gente normal hay más colores. Aunque es algo metafórico, claro. Tú vives como una persona normal. Respiras, comes, duermes, te bañas, paseas y disfrutas del día. Compartes momentos con la gente que amas… hasta que despiertas como Nobilium y todo queda atrás. Dejas de ser lo que eras, para metamorfosearte en lo que esperan que seas por sobrevivir. –Me miró.
      ¿Y qué esperan que sea?– arqueé una ceja con curiosidad.
      En tu caso, la razón del desorden y las matanzas que conseguirás crear sin ser consciente de ello… –Suspiró cerrando los ojos, vaticinando algo muy malo para el linaje que yo desconocía.
      ¿Mi caso?
      La naturaleza se encarga de ponernos en el ajedrez de la vida. Como a los Filii Terrae o los Terra Lupum en sus casillas y todos los que van detrás. Los Lupums son la aberración de la raza Terrae, que veo que ibas a preguntarme. –Me sonrió.
      ¿Me estás diciendo que existen los hombres lobos?
      Los hombres lobos no, los Lupums sí y los vampiros también como ya te dije, pero no son como tú te piensas. –Se ladeó en la hierba sobre su costado.
      Esta vez, mi yo adulta iba con un traje completo de cuero negro, con gran escote de palabra de honor y hombros descubiertos. Sus botas de tacón ancho me enamoraron. En la cintura reposaba un cinto de armas. Una katana presidía entre otros aceros distinguidos, como una daga pequeña y una más grande, más dos pistolas semiautomáticas.
      Bonitas pistolas.
      Adoramos las Magnum.
      Miré sus tatuajes, ahora llevaba otro más, lo tenía en la espalda, estaría justo donde pasaría el tirante del sujetador, si llevase uno puesto. Era un trébol de cuatro hojas. Pero me gustaba más el dragón chino de tinta negra, que bajaba por su brazo derecho.
      Sus ojos maquillados con sombra oscura y largas pestañas pinceladas con rimel, se fijaron en mí.
      Has tenido una noche larga. Al menos lo de la avispa ha estado divertido. –Me lo recordaba… yo me había olvidado.
      Sí, eso le resta glamour a mi huida. –Me señalé la herida de la frente.
      Si el insecto no se hubiera posado en mi nariz, yo podría haber calculado la distancia correcta, descender por la pared usando algún sobresaliente y posar los pies en el suelo, sin dañarme contra el canto de una piedra. ¡Oh, sí! Y no ser humillada por la recepcionista del hotel.
      ¿Has dicho Filii Terrae? ¿dónde había visto yo algo parecido a esa palabra?
      Sí, eso he dicho.
      ¿Qué es un Filii Terrae? –parpadeé inocente, esperando que mi adulta comenzase a cantar cuanto antes. 
      Buenas noches Rayana, con el tiempo los verás y estando con Roland… Scaptia aparecerá muy pronto con su manada.
      Todo se volvió oscuro, ella desapareció, todo desapareció y el silencio hizo mella en mi alma.
      ¡Por qué todo el mundo se negaba a responder mis preguntas!
  

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