lunes, 31 de marzo de 2014

Las Crónicas de Ray Field -Capítulo 4 (Promo)



Las Crónicas de Ray Field -Confusión -published 2012 Editorial Anubis +18



Capítulo 4




      Bienvenida a la realidad. La chica de los conejitos enormes y los jardines llenos de pavos reales me miraba desde el techo. No me había dado tiempo a saber más cosas de mi yo adulta. Por ejemplo, ella dijo que mi padre no había cogido la llamada, ponía en duda que estuviera ocupado. ¿Acaso mi padre tenía algo que ver con lo que estaba pasando? Si papá no atendía mi llamada era porque estaba ocupado y por lo tanto, no pasando por alto que su hija se encontraba en peligro. Como dijo Marné, Dave sabía que estaba en el Blue Tie. ¿Entonces, era mejor esperarlo?
      Me dolía otra vez la cabeza, tendría que ir al médico para que me recetase algo contra la jaqueca repentina que me atacaba tan a menudo. De hoy no pasaba el intentar volver a casa. Si yo fuera ellos, estaría muy preocupada. Ya eran cuatro noches fuera, ¿acaso no le importaba a mi familia?
      Abrí los ojos rápidamente, un tanto angustiada. Había dormido todo un día entero, eso se notaba. Estaba incomoda en la misma posición fetal en la que me habían dejado. La esencia de un aroma mentolado, embriagó todos mis sentidos. Apartando la sábana y la manta a un lado, me volteé y blinqué asustada de la impresión.
      –¡Pero qué diablos…!
      No esperaba verlo ahí tumbado a mi lado. Roland me miraba fijamente. No parpadeaba, no había ni un sólo músculo en su rostro, que hiciese el menor esfuerzo por contraerse. Ni arqueó las cejas, ni sonrió. Me gustaría saber cómo lo hacía para mantenerse tan inerte.
      Bonne nuit, señorita Field.
      –¿Qué haces en la cama conmigo? –ese hombre brotaba como los champiñones.
      –Velar por tu descanso. ¿Has pasado buena noche? –preguntó colocando la palma de su mano bajo su mejilla pues la otra descansaba en su cadera.
      –He dormido sí, pero me da la sensación de no haberlo hecho, es como cerrar los ojos y abrirlos sin notar el paso del tiempo. –Me rasqué la cabeza mientras daba esa explicación.
      –Con lo cansada que estabas, es normal que no notes el descanso. No pasa nada, podrás dormir un poco mejor cuando venga Dave a recogerte. –Se inclinó hacia delante y quedó sentado, apoyando la espalda en el cabecero de la cama.
      A mí me preocupaba que estuviera ahí, sin pedir permiso. ¿Me habría tocado?
      –¿Sabes que hay algo que se llama privacidad e intimidad?
      Oui. –Respondió, era la primera vez que me deleitaba con su francés.
      –¿Y por qué no esperabas en tu dichosa biblioteca a que bajase a hablar contigo? –me levanté de la cama a toda prisa. Ésta vez, menos mal estaba vestida.
      –¿Hubieras bajado de buen grado sin tirarte por la ventana? Je ne suis pas sûr.  –Gruñó con un tono elocuente y sensorial.
      Mis braguitas comenzaban a luchar por descender por mis piernas, pero el pantalón evitaba que esas ganas de sexo tan repentinas, me dejasen como a una promiscua adolescente con ganas de follarme al primer hombre que me hacia perder la cabeza. Jamás las películas porno consiguieron encender mi deseo, como Roland Marné creaba con su voz y su cuerpo.
      –Sí, ¿por qué lo dudas? –le dije mientras caminaba hacia el cuarto de baño.
      –Con una chica como tú, siempre es bueno dudar de las intenciones que vayas a tener al despertarte.
      Je ne suis pas d'accord. –Le respondí en francés.
      Dejé la puerta ajustada para escucharle mientras hablaba. Levanté la tapa del inodoro y me senté. Jugueteé con el papel, metiendo mis dedos dentro del cilindro de cartón y me lo llevé a la boca, usándolo como megáfono.
      –¿Qué quieres decir, que no soy predecible o que sí?
      Le escuché reír y seguramente él pensaría qué le pasaba a mi voz, que salía distorsionada de una forma algo hilarante.
      –Apostaría a que eres predecible. –Fue sincero.
      Se había levantado de la cama, escuchaba sus pasos por el cuarto. El eco de sus zapatos quedaba atrás, mientras él iba rumbo a la puerta del baño.
      –¡No te acerques más! –grité advirtiéndole y estuve lista para subirme el pantalón en cuanto asomase su larga y rizada cabellera morena.
      –No soy un pervertido, mon amour. No tenía intenciones de entrar.
      –Más te vale.
      En cuanto terminé, tiré de la cadena dejando el rollo de papel higiénico en su lugar. Al abrir la puerta, choqué contra su espalda. No sé que me daba más rabia. Si reconocer que era el primer hombre que me escuchaba mear, exceptuando a mis hermanos o que fuera tan intensamente sexual, que deseaba abrazarme a él y pedirle protección. Pero ahora volvía a estar cautiva en su hotel de lujo. Al menos me quedaba la pequeña satisfacción de poder preguntarle todo lo que hasta ahora me había sido denegado.
      Caminé hasta la cama, donde me volví a tumbar perezosa de volver a levantarme. Hacía escasos minutos estaba incomoda, pero ahora la simple idea de estar de pie me entumecía las piernas.
      –Dave vendrá está noche o como muy tarde mañana, espero que no vuelvas a huir de mí. –Chevalier se quedó apoyado contra el umbral del cuarto de baño. Bien por él, su sola presencia me trastornaba.
      Entrecerrando los ojos, jugué con mi saliva. Seguro que le molestaba en demasía tener que corretear detrás de mí, al no poder dominarme ni teniendo a su fiel mayordomo Alaya, vigilando en los pasillos. Pero yo no era la típica chica que se quedaba de brazos cruzados sin hacer nada. Siempre desde niña me había guiado por ese patrón, siguiendo mis propias reglas y ahora no iba a ser menos.
      –¿De verdad mi padre vendrá a por mí? ¿O me lo dices para tranquilizarme?
      –En ese punto, no tengo porque mentirte, pequeña Brighid. –Con la yema de los dedos, se acarició el largo puente de la nariz y fijó sus pecaminosos ojos verdes en los míos.
      –¿Vas a responderme a todas las preguntas que te haga? –con cansancio me levanté de la cama, acercándome a él con cierta prudencia.
      Me picaba la cabeza pero, puesto que él ya sabía cuál era la razón, me rasqué frenética. Me iba a quedar sin uñas de tanto rascarme.
      –Ven a la biblioteca y te responderé encantado. –Se fue.
      Media hora más tarde, después de peinarme y lavarme la cara, bajé a la biblioteca sin escolta. El mayordomo no estaba a la vista y eso era un alivio para mí. Parecía que Alaya me odiaba y eso me molestaba. Me molestaba su forma de hablarme, como culpándome de algo que aún no había hecho.
      Apoyé la mano en la barandilla y miré por el hueco de la escalera. Allí abajo estaba la recepcionista, ahora podría vengarme de ella. Así que acumulé saliva y la dejé caer. Corrí a pegarme contra la pared y escuché un grito de repugnancia.
      ¡Bingo, en todo el coco!
      Como si no hubiera pasado nada, bajé las escaleras corriendo y me detuve a mirar otra vez por el hueco. Quería verle la cara a esa cretina que me había tratado tan mal. Al asomarme de nuevo, ella estaba buscando como una loca un pañuelo entre los cajones, para ver que le había caído en ese moño perfecto. La tentación era grande, volví a escupir y ésta vez ella miró hacia arriba y el escupitajo acabó en…
      Demasiado asqueroso, incluso saber que para ella también lo fue, tomé el pasillo de la derecha y me acerqué a la puerta de la biblioteca. La puerta se abrió sola ante mi sorpresa y allí nuevamente él, se hallaba apoyado en la ventana. Se repetía la escena de la noche pasada, Roland miraba el cielo. Anduve hasta él, cerrando después de entrar y me senté en el sofá.
      ¿Podría conseguir algunas de las anheladas respuestas de todo lo que me había sucedido? No quería perder más el tiempo, así que le ataqué.
      –¿Dónde está mi madre?
      Je ne sais pas. –Me dijo sin moverse.
      –¿Está viva o muerta?
      –Ahora señorita Fiel, está siendo muy intransigente.
      ¿No os habéis dado cuenta que siempre que le pregunto o le digo algo que le molesta, me trata de usted? Yo me di cuenta en ese momento.
      –Tengo que serlo cuando nadie me responde nada. Dime, ¿está viva o está muerta? –las lágrimas traidoras subieron por mi garganta desde ese lugar cerrado de mi alma, para agolparse en los ojos.
      Si lloraba ahora, no sería capaz de aparentar estar serena y me llevaría a otro ritual de preguntas con evasivas.
      Chevalier se volteó y apoyó la cadera contra la mesita que tenía a su vera. El jarrón que la noche anterior tiró por la ventana, para evitar que yo se lo tirase a él a la cabeza, estaba en la repisa de la chimenea. Remendado con cinta blanca aislante, a la espera de ser reparado. Al parecer tenía que ser una pieza muy valiosa para que hasta rota, la guardase en ese estado. Me miraba implacable como un chacal observando a su tierna presa.
      –¿No vas a responder? Me lo temía. Por lo que daré tu nula respuesta como que eres el asesi…
      –No sé si tu madre está viva, pero el culpable se encuentra en París. ¿Te gusta más esa respuesta? Deja de acusarme de lo que no soy.
      Jadeé intensamente por su voz sedosa. No podía alejar de mi mente la imagen sensual de él y yo haciendo el amor de forma furtiva. ¿Cómo sería mi primera vez? Roland era perfecto para una primera vez. ¡No, no, no! Basta de pensar en eso. Chevalier era el asesino de mamá, el atacante que nos halló en el callejón y aunque él dijese lo contrario, yo tenía una espinita escéptica clavada en el pecho. Hasta que no me demostrase que realmente no fue él, no dejaría de desconfiar.
      –¿Dices que está en París?
      –Ayer mismo estaba en mi hotel, pero hoy ya está en Francia.
      Carraspeé sobrecogida y parpadeé desconcertada. Sonreí y me moví nerviosa, sin comprender lo que quería decirme. O sea, ¿el agresor había sido huésped del hotel y ahora me lo mencionaba?
      Como si me leyera la mente, dejó a un lado la conversación con un ademán de la mano, como para quitarle importancia al asunto. Yo cada vez estaba más confusa. ¡Que a él le diera igual el tema, no significaba que podía dejar de hablar y ordenarme a mí lo mismo!
      –¡Cómo que estaba en el hotel! –chillé, no fue mi intención, pero lo hice.
      –Baje el tono de voz, señorita Field. Yo no lo supe hasta hoy.
      Sospeché que me mentía.
      Me dolía la cabeza y el picor se desplazaba hacia la nuca y mis brazos. Me rasqué con ansia, reprimiendo las tremendas ganas de patear algo o a alguien.
      –Pero… –resoplé tan incomoda conmigo misma, que me puse en pie y corrí hasta la ventana.
      Un poco de aire limpio quizás me suavizaría el picor y me relajaría. Las lágrimas escapaban de mis ojos, recorriendo la grácil mejilla hasta caer sobre el alfeizar. No era justo lo que estaba pasándome. Ray adulta volvía sobre su moto, para señalarme «sigue preguntando» pero estaba cansada. Desde hacía cuatro días, el mundo se reía de mí. Yo tendría que estar en el instituto acabando mis exámenes, no discutiendo con un tipo que ni conocía.
      –Sé que tú no confías en mí, Ray. Pero Dave siempre ha confiado en mí y vendrá a por ti. Ahora estás pasando por una situación, en la que crees que nada de esto es real. Pero acabarás por entenderlo y por fin abrirás los ojos.
      –¿Y cómo voy a abrir los ojos si no me explicas a nada?
      –¿No lo he hecho?
      –Te pregunté cómo sabías que era un vampiro el que nos atacó y saliste corriendo de la biblioteca. Vampiros ja, ja. –Satiricé molesta. 
      –Eso no es verdad. –Apretó los dientes contra sus labios.
      –¿No? Yo creo que sí.
      –Preguntabas algo para poder delatarme, Ray –hizo un largo silencio–. Yo no soy inocente, pero tampoco soy el asesino de Melisa Field.
      –¿No eres inocente? ¿Entonces crees que está muerta? –dije con rabia.
      Mis entrañas se removieron por dentro con un latigazo certero en el corazón y sollocé.  
      –No he dicho eso, muchacha. Si quieres que te ayude a encontrarla, tendremos que ir juntos a Francia. No puedo dejarte huir de nuevo y menos, dejar que te enfrentes tú sola a tu enemigo, sin los conocimientos de Cainner.
      –¿Cómo sabes lo de Cainner?
      Te leo la mente. Pero ahora no pienses en eso, no me preguntes como lo hago.
      No abrió la boca.
      No articuló palabra.
      Todo fue mentalmente, que traspasó mi cabeza y golpeó en mi cerebro. Su voz, aromática y atrayente con promesas de placer, me hizo quedar relajada por un instante. No había caído en que me leía la mente, ni pensaba en como me la leía. Su orden directa fue suficiente para desviar la conversación hacia otra pregunta.
      –Bueno, ¿entonces quieres ayudarme a encontrar a mi madre?
      –Eso he dicho, querida. –Le vi cierta sonrisa de triunfo en los labios.
      De nuevo retornaba a ocultar sus alargados caninos.
      –¿Los vampiros existen de verdad? –sabía que no era eso lo que tenía que preguntar, era algo referente a leer la mente, pero mi lengua se negaba a mencionar nada.
      –Los vampiros existen, pero no son tus mayores enemigos.
      Bien, ahora íbamos avanzando un poco más.
      –Entonces, ¿qué soy yo? –no sé si quedó muy clara la pregunta, pero él parecía entenderme.
      No existía más mundo alrededor. La habitación quedó en un plano paralelo, las risas enlatadas llegadas del restaurante, resultaban sordas mientras hablábamos. Roland Marné caminaba alrededor del sofá, hasta detener sus pasos lentos y ágiles a pocos centímetros de mí. Mutuamente nos estudiamos, yo pensaba que era el ser más bello del universo, pero también quería odiarlo, pegarle. Él pensaba en poder abrazarme para besar con su ágil lengua mi cuello y beber de mi sangre. Lo presentí.
      –¿Qué que eres tú? Tú eres parte del linaje más antiguo del mundo. Formas parte de los Caballeros de la Luz, o también llamados Nobilium. Quedan muy pocos de tu estirpe, tú los llamas…
      –Los llamo Cainner.
      –Sí, no es más que un nombre bonito para los primeros cazadores de la historia.
      –¿Y crees que me voy a tragar semejante trola, de que yo soy una loca, que se armará con estacas? –me eché a temblar de la risa.
      Inclinándome hacia atrás en la ventana, me alejé de su impoluta imagen de caballero perfecto.
      Mon amour, abre los ojos del alma y podrás entender todo lo que te digo. Eres una Nobilium. Tendrás el poder de presentir el peligro. El poder de abrir o cerrar un canal psíquico para comunicarte sin hablar. Las Cainner mujeres, sois las compañeras de los impresentables Terrae. ¿Lo vas entendiendo?
      Denegué con un espontáneo movimiento de cabeza. De hecho estaba demasiado mareada para prestar atención Que ironía, ¿cierto? Volteé sobre mis talones, para posar la vista en el lujoso aparcamiento.
      –Es un mundo complicado para comprenderlo en media hora. ¿Prefieres esperar y hablamos mañana? –me preguntó, posando su blanquecina y fría mano en mi hombro, acariciándome.
      Yo sólo me encogí de hombros. Si os soy sincera, creo que me tomaba el pelo. Vampiros, un linaje.
      –Ay, muchacha, aún eres una niña.



      –Ya no soy una niña, tengo quince años. Hace tiempo que dejé de jugar con muñecas.
      Sus pasos se alejaron hacia la puerta, pero antes de que saliera, yo me envalentoné, mordisqueé mis labios con ansia y corrí al sofá para sentarme.
      –No te vayas, por favor.
      –No me iré si prestas más atención.
      El hombre cerró la puerta y volvió sobre sus pasos, tomando asiento a mi lado en el sofá. Sonrió encantador ante esa manía mía de colocarme un cojín en el regazo.
      –Querías decir antes, ¿qué gente con mi don, nace para luchar contra los vampiros?
      –No es un don. Es una herencia de familia. Por eso tu cuerpo reacciona dándote avisos, cuando uno de nosotros estamos cerca.
      –¿H-has dicho de nosotros? –me mordí las uñas con ansias.
      –He dicho eso, exactamente. –Sonrió divertido y me alzó la barbilla, apoyando dos dedos bajo mi mentón.
      –¿Eres… un vampiro?
      –Obvio –se carcajeó ronco–. Sí, soy un vampiro y disfruto de la visión de la muerte cuando me alimento.
      Un no muerto me atacaba y otro me ayudaba. ¿Acaso era una broma?
      –Te podrías haber ahorrado la explicación. Pero, ¿eres un vampiro de verdad? No lo pareces.
      A él le tembló el cuerpo y se reclinó contra el respaldo del sofá, riéndose a carcajadas. Estaba más calmado que antes, podría jurar que confiaba en mí y ahora no estaba tomándome por estúpida. Entornando los ojos sonreí contagiada por su risa ronca y por fin pude ver esos dos grandes caninos que sobresalían de sus labios. Eran sencillamente devastadores. Ansié matarlo.
      De pronto mi cuerpo me golpeó por dentro, el picor se intensificó y noté la alarma más suave conectando mi circuito nervioso. Tras los muros del Blue Tie, pasaba algo.
      –Marné, hay un pequeño detalle que no me encaja en el puzzle. Algo sobre ti. –Ahora caía en algo muy, muy, pero que muy importante.
      Con suma curiosidad, Roland arqueó una ceja e hizo ademán de levantarse, pero yo moví mi pierna y la dejé descansando sobre una de las suyas. Él era un vampiro, tendría que estar aterrada. Pero no lo estaba.
      –Antes has dicho que el tipo que me atacó, estaba hospedado en el hotel.
      Aguanté un mohín despreciativo, más por conciencia de su expectante expresión, que por otra cosa.
      –Dije eso. –Susurró, sabía lo que se avecinaba.
      –Si no estabas en el lugar de los hechos, cuando fuimos atacadas en el callejón, ¿cómo diablos sabes que él estaba aquí? ¿Acaso sabes cómo es, o quién es? ¡Fuiste tú el desgraciado que nos atacó, confiésalo! –irascible, me lancé a por él con las uñas por delante, listas para magullarlo.
      Mis gritos debieron de alertar a Robert Alaya que entró cual toro bravo y se nos quedó mirando. Nos vio forcejear en el sofá. Roland me agarró una muñeca, pero yo conseguí soltar el otro brazo y asestarle un golpe contra el esternón. Luego siguieron más golpes. Cuando me retenía las manos, yo contraatacaba con las rodillas, las piernas o la misma cabeza. Pero no conseguí hacerle ni un misero rasguño. Y eso ofendió mi orgullo dolido.
      –¡Ray, quieta! –me gritó Roland, el supuesto vampiro.
      Alaya me agarró del cabello y tiró de mí, hacia atrás. Alejándome de su señor.
      –¡Suéltame, maldita sea! –estaba endemoniada, con un genio de perros.
      –¿Señor, que hago con ella?
      Robert me atrapaba con sus brazos y a pesar de su aspecto, de no parecer fuerte, era todo lo contrario. Yo apenas podía moverme cuando Robert me retenía, me costaba respirar. Roland Marné, se levantó del sofá con el único propósito de arreglarse su arrugado traje, para estar más presentable.
      –Déjala, no la pongas más nerviosa, Robert.
      –¡En cuanto me suelte, tú eres hombre muerto! –le chillé amenazante.
      Al mayordomo si le provoqué heridas, al hundirle mis uñas en los antebrazos. Me pegó un empujón asustado al verse envuelto en esa pequeña querella y choqué contra el pecho de Roland, este me volvió a aprisionar.  
      –¡Suéltame! –me removí en sus brazos.
      Le costaba retenerme.
      –¡Me ha arañado! Es una gata salvaje, señor. –Alaya se miraba la piel magullada.
      –Ve a lavarte y cúrate esos arañazos. No entres hasta que yo te lo ordene. –Decretó el vampiro echándose a reír, poniendo una nota cómica donde no la había.
      Mientras intentaba calmarme, cosa que era muy difícil en ese estado, en la que tantas preguntas seguían rondándome por la cabeza, él me apretó más contra su frío cuerpo y me besó la frente. Si se sentía culpable por alguna cosa, me la estaba transmitiendo y eso me dejaba más insegura.
      El mundo volvió a girar a una velocidad estable, las risas del restaurante y las voces de los comensales, taladraban mi cabeza. Las voces masculinas resonaban sombrías. En el callejón había escuchado hablar a mi atacante de esa forma. Volvían a mí, los malos recuerdos de ese día y me asustaban.
    Suspirando contra el pecho de Roland, sollocé de nuevo y seguiría llorando muy a menudo por pura frustración.
      –¿Más calmada? –ronroneó místico.
      –Sólo dime cómo sabes que cara tiene mi agresor. –Las palabras quedaron estranguladas, mientras seguía llorando.
      –Si te lo digo, ¿volverás a intentar pegarme?
      –Ya veré. Necesito saber las cosas, Marné.
      Antes de seguir, me dejó sentada en el sofá y él se sentó a mi lado. Me reclinó hasta dejarme tumbada, Roland encima de mí y yo sin fuerzas para rechazar su peso.  
      –La verdad, Marné. –Le repetí hastía por su proximidad.
      –La verdad, Brighid. Esa noche estuve con el hombre que os atacó. Lo conozco muy bien.
      Ladeé el rostro para mirarle boquiabierta, pero no me dio tiempo a reprocharle nada cuando sus labios entraron gélidos en contacto con los míos y me besó con frenética furia. Mis manos se ajustaron a la forma perfecta de su pecho y lo empujé. Pero no conseguí apartarlo.
      Su rápida lengua jugaba con la mía, obligándome a una entrega sin miramientos. Ladeó el rostro, yo lo hice hacia el otro lado y jadeé necesitada de aire. Me cedió unos segundos para respirar, mientras atacaba mi mentón, mi nariz y el lóbulo de la oreja. Con suaves besitos y deliciosos lametones, que me quitaron el sentido. Roland conseguía hacerme sentir amada y deseada.
      Después de notar un pequeño mordisco contra mi cuello, volví en sí, lo suficientemente rápido como para evitar una catástrofe mayor. Lo empujé de nuevo usando todo mi cuerpo para tirarlo al suelo, pero él se levantó elegante y magistral, sin apenas rozar el sofá y yo caí al suelo, golpeándome la frente contra una de las patas de la mesita de cristal.
      –He robado tu primer beso. –Ronroneó como un caballero de brillante armadura.
      Me apoyé contra el metal de la pata y quedé allí unos segundos, preguntándome por qué me había besado. Si bien, aún no conseguía calmarme del todo.
      Ojeé el reloj resoplando mareada. Con ganas de echar a correr y encerrarme en la habitación hasta que papá pasase a recogerme y me llevase lo más lejos posible del hotel.
      –¡Estuviste con el cabrón que nos atacó! –mi voz se quebró dolida, olvidándome completamente del beso.
      –De hecho estuve haciendo negocios con él. Pero yo no sabía que él iba a por vosotras. –Declaró alejándose.
      –¡Deja de jugar conmigo, me has jodido!
      –¿Cómo dice, señorita Field?
      Ahí volvía recatado y modesto, para dirigirse a mí otra vez de esa forma.
      –¡Sabías perfectamente todo desde el principio! Es más, creo que sabes mucho y no me lo dices. ¿Acaso crees que soy tan estúpida, para no comprenderlo? ¡Yo necesito saberlo todo!
      Cogí con mi mano lo primero que encontré encima de la mesita y fue un grueso cenicero de vidrio, demasiado lujoso para estrellárselo en la puta cabeza. Lo solté y me giré bruscamente, demostrándole todo mi odio, que a él no le pasó desapercibido.
      –¿Sabe, señorita Field? Le he dicho la verdad, su atacante ha regresado a París y aun así, sigue mirándome de esta forma. Creo que nuestra conversación se ha acabado por esta noche.
      –Claro, huye. Eso es lo más sencillo. –Protesté molesta.
      Él se ponía a la defensiva a su manera y yo me quedaba con la palabra en la boca. Demasiado chocante era saber que dos hombres de negocios habían estado juntos cuatro noches atrás y que uno de ellos, resultaba ser un maníaco vampiro y el otro, el vampiro que me ayudaba a sobrevivir del ataque del socio.
      Me vino un vahído y Roland Marné me agarró con suma delicadeza del brazo, obligándome a mirarle a los ojos.
      –Siento lo que te ha pasado, siento no haberlo impedido. No es la mejor forma de despertar al nuevo velo.
      Volvimos a apartarnos. Roland ambiguo y yo decepcionada. Me miré las uñas desconchadas y eché de menos mi neceser, para volver a retocármelas.
      –¿Al menos puedo llamar a mi padre? –le pregunté a conciencia de saber, que él diría que no, pero para mi sorpresa me dijo lo contrario.
      –Claro, ahí tienes el teléfono. –Señaló hacia una preciosa mesita auxiliar de los años cincuenta. El teléfono era antiguo, de marcación manual, una reliquia de las que apenas se ven ya.
      Cuando fui hasta allí para coger el teléfono, Roland brotó ante la mesita surgiendo de entre las sombras. Sorprendida, miré hacia atrás. ¿Cómo lo había hecho para llegar antes que yo? Él ya estaba marcando el número y me tendió el auricular, con una simpática mueca en sus labios.



      Cuando Roland me tendió el auricular, me dejó a solas dándome intimidad. Por lo que salió de la biblioteca.
      Sonaron cinco tonos y colgué antes de que saltara el contestador automático. Mi padre seguía sin contestar y yo comenzaba a poner en duda, que Chevalier me dijese la verdad. Me estaba mosqueando. Si mi padre no contestaba a mis llamadas, ¿quería decir que le había pasado algo? Tendría que probar llamando a casa.
      Así lo hice. Marqué con dedos temblorosos el número de casa y esperé los primeros tonos. El primero sonó, el segundo le siguió, el tercero apareció y el cuarto tono no se escuchó, porque la línea telefónica se cortó.
      Pi…pi….piii.
      Las luces volvieron a palpitar sobre mi cabeza. Se encendían y se apagaban de forma aleatoria, hasta que quedé de nuevo a oscuras. Me estremecí y me acurruqué al lado de la mesita. En ese momento chillé con los ojos desorbitados, una fuerte explosión llegada del jardín retumbó los cimientos del hotel y tras el atentado le siguieron las metralletas. Había empezado el segundo cambio de mi vida.
      Los gritos de socorro de las mujeres que estaban en el restaurante me destrozaban los tímpanos. Chillaban como si un lobo feroz las abriese en canal, jugando con las sucias entrañas de la ignorancia, destripando su belleza y despojándolas de la vida de la forma más cruel. Los rugidos de unas bestias salvajes, me martillearon la cabeza. Mi alarma se activó de nuevo, en estado de peligro, abofeteando mis sentidos como Cainner.
      Las cristaleras se rompían por las ondas expansivas de las granadas que explotaban cerca de la fachada. Se desprendían ladrillos y caían macetas de los balcones, destrozándose contra los adoquines del jardín. Por los pasillos escuchaba a los huéspedes correr de aquí para allá, vociferando cuando los atacantes disparaban contra ellos. Los berridos eran inhumanos. ¡Qué ocurría!
      La puerta de la biblioteca se abolló hacia dentro, cuando algo se empotró de una forma violenta contra ella. Un chillido se ahogó en mi garganta. Si me mantenía en silencio podría sobrevivir escondida. Creo que vi entre el agujero de la madera una membranosa ala.
      Me agitaba cubriéndome los oídos con las manos, para no prestar atención a los gritos desgarrados y los gorgoteos de las voces diabólicas procedentes del restaurante.
      En la penumbra escuché otro silbido que surcó el aire y acabó con el retumbo de un cuerpo desplomándose. Corrí a ponerme en pie, para saber que estaba pasando en el hotel. Avanzando hacia la ventana, tropecé con un cojín que había en el suelo y volví a caerme de bruces. Apoyando las manos para alzarme, me levanté y finalmente me pude asomar, inclinando mi cuerpo hacia delante, notando la brisa nocturna.
      En el jardín de la piscina se estaba llevando a cabo una batalla crucial de dos razas. Unos fornidos hombres de cabellos albinos luchaban sin el menor esfuerzo contra las masas negras que me habían atacado a mí, en el callejón.
      Ellos iban armados con semiautomáticas, pistolas, granadas y otras armas que me estremecieron de pavor. El sudor frío surcaba mi nuca, hasta perderse bajando por mi columna vertebral. Mi estómago se encogió, cuando una granada estalló y los escombros saltaron hasta la ventana donde estaba asomada. Me cubrí el rostro con los brazos. Chillé. ¡Si era una guerra entre seres de la noche, yo no quería morir!
      La puerta de la biblioteca voló en dos y salió despedida hacia el centro de la sala. Rompió la mesita de cristal, aplastándola totalmente a su paso. ¡Menos mal que ya no estaba sentada en el sofá! No tuve tiempo de agacharme, quedé con la boca abierta, apoyada de espaldas contra el marco de la ventana. Entre el humo y la oscuridad, una figura borrosa entró dentro y me miró fijamente. Yo no conseguía distinguir quién era, pero su sola esencia inhumana me sosegó y me hizo sentir más viva que nunca. Sabía que si él se iba o se alejaba de mí, el vacío de mi alma volvería a torturarme.
      Con él estaba segura.
      

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