Las Crónicas de Ray Field -Confusión -published 2012 Editorial Anubis +18
Capítulo
4
Bienvenida a la
realidad. La chica de los conejitos enormes y los jardines llenos de pavos
reales me miraba desde el techo. No me había dado tiempo a saber más cosas de
mi yo adulta. Por ejemplo, ella dijo que mi padre no había cogido la llamada,
ponía en duda que estuviera ocupado. ¿Acaso mi padre tenía algo que ver con lo
que estaba pasando? Si papá no atendía mi llamada era porque estaba ocupado y
por lo tanto, no pasando por alto que su hija se encontraba en peligro. Como
dijo Marné, Dave sabía que estaba en el Blue Tie. ¿Entonces, era mejor
esperarlo?
Me dolía otra vez la cabeza, tendría que
ir al médico para que me recetase algo contra la jaqueca repentina que me
atacaba tan a menudo. De hoy no pasaba el intentar volver a casa. Si yo fuera
ellos, estaría muy preocupada. Ya eran cuatro noches fuera, ¿acaso no le
importaba a mi familia?
Abrí los ojos rápidamente, un tanto angustiada.
Había dormido todo un día entero, eso se notaba. Estaba incomoda en la misma
posición fetal en la que me habían dejado. La esencia de un aroma mentolado,
embriagó todos mis sentidos. Apartando la sábana y la manta a un lado, me
volteé y blinqué asustada de la impresión.
–¡Pero qué diablos…!
No esperaba verlo ahí tumbado a mi lado. Roland
me miraba fijamente. No parpadeaba, no había ni un sólo músculo en su rostro,
que hiciese el menor esfuerzo por contraerse. Ni arqueó las cejas, ni sonrió. Me
gustaría saber cómo lo hacía para mantenerse tan inerte.
–Bonne nuit, señorita Field.
–¿Qué haces en la cama
conmigo? –ese hombre brotaba como los champiñones.
–Velar por tu descanso. ¿Has pasado buena
noche? –preguntó colocando la palma de su mano bajo su mejilla pues la otra
descansaba en su cadera.
–He dormido sí, pero me da la sensación
de no haberlo hecho, es como cerrar los ojos y abrirlos sin notar el paso del
tiempo. –Me rasqué la cabeza mientras daba esa explicación.
–Con lo cansada que estabas, es normal
que no notes el descanso. No pasa nada, podrás dormir un poco mejor cuando
venga Dave a recogerte. –Se inclinó hacia delante y quedó sentado, apoyando la
espalda en el cabecero de la cama.
A mí me preocupaba que estuviera ahí, sin
pedir permiso. ¿Me habría tocado?
–¿Sabes que hay algo que se llama
privacidad e intimidad?
–Oui.
–Respondió, era la primera vez que me deleitaba con su francés.
–¿Y por qué no esperabas en tu dichosa
biblioteca a que bajase a hablar contigo? –me levanté de la cama a toda prisa.
Ésta vez, menos mal estaba vestida.
–¿Hubieras bajado de buen grado sin
tirarte por la ventana? Je ne suis pas
sûr. –Gruñó con un tono elocuente y
sensorial.
Mis braguitas comenzaban a luchar por
descender por mis piernas, pero el pantalón evitaba que esas ganas de sexo tan repentinas,
me dejasen como a una promiscua adolescente con ganas de follarme al primer
hombre que me hacia perder la cabeza. Jamás las películas porno consiguieron
encender mi deseo, como Roland Marné creaba con su voz y su cuerpo.
–Sí, ¿por qué lo dudas? –le dije mientras
caminaba hacia el cuarto de baño.
–Con una chica como tú, siempre es bueno
dudar de las intenciones que vayas a tener al despertarte.
–Je ne suis pas d'accord. –Le
respondí en francés.
Dejé la puerta ajustada
para escucharle mientras hablaba. Levanté la tapa del inodoro y me senté. Jugueteé
con el papel, metiendo mis dedos dentro del cilindro de cartón y me lo llevé a
la boca, usándolo como megáfono.
–¿Qué quieres decir, que no soy
predecible o que sí?
Le escuché reír y seguramente él pensaría
qué le pasaba a mi voz, que salía distorsionada de una forma algo hilarante.
–Apostaría a que eres predecible. –Fue
sincero.
Se había levantado de la cama, escuchaba
sus pasos por el cuarto. El eco de sus zapatos quedaba atrás, mientras él iba
rumbo a la puerta del baño.
–¡No te acerques más! –grité
advirtiéndole y estuve lista para subirme el pantalón en cuanto asomase su
larga y rizada cabellera morena.
–No soy un pervertido, mon amour. No tenía intenciones de
entrar.
–Más te vale.
En cuanto terminé, tiré de la cadena dejando
el rollo de papel higiénico en su lugar. Al abrir la puerta, choqué contra su
espalda. No sé que me daba más rabia. Si reconocer que era el primer hombre que
me escuchaba mear, exceptuando a mis hermanos o que fuera tan intensamente
sexual, que deseaba abrazarme a él y pedirle protección. Pero ahora volvía a
estar cautiva en su hotel de lujo. Al menos me quedaba la pequeña satisfacción
de poder preguntarle todo lo que hasta ahora me había sido denegado.
Caminé hasta la cama, donde me volví a
tumbar perezosa de volver a levantarme. Hacía escasos minutos estaba incomoda,
pero ahora la simple idea de estar de pie me entumecía las piernas.
–Dave vendrá está noche o como muy tarde
mañana, espero que no vuelvas a huir de mí. –Chevalier se quedó apoyado contra
el umbral del cuarto de baño. Bien por él, su sola presencia me trastornaba.
Entrecerrando los ojos, jugué con mi
saliva. Seguro que le molestaba en demasía tener que corretear detrás de mí, al
no poder dominarme ni teniendo a su fiel mayordomo Alaya, vigilando en los
pasillos. Pero yo no era la típica chica que se quedaba de brazos cruzados sin
hacer nada. Siempre desde niña me había guiado por ese patrón, siguiendo mis
propias reglas y ahora no iba a ser menos.
–¿De verdad mi padre vendrá a por mí? ¿O
me lo dices para tranquilizarme?
–En ese punto, no tengo porque mentirte, pequeña
Brighid. –Con la yema de los
dedos, se acarició el largo puente de la nariz y fijó sus pecaminosos ojos
verdes en los míos.
–¿Vas a responderme a todas las preguntas
que te haga? –con cansancio me levanté de la cama, acercándome a él con cierta
prudencia.
Me picaba la cabeza pero, puesto que él
ya sabía cuál era la razón, me rasqué frenética. Me iba a quedar sin uñas de
tanto rascarme.
–Ven a la biblioteca y te responderé
encantado. –Se fue.
Media hora más tarde, después de peinarme
y lavarme la cara, bajé a la biblioteca sin escolta. El mayordomo no estaba a
la vista y eso era un alivio para mí. Parecía que Alaya me odiaba y eso me
molestaba. Me molestaba su forma de hablarme, como culpándome de algo que aún
no había hecho.
Apoyé la mano en la barandilla y miré por
el hueco de la escalera. Allí abajo estaba la recepcionista, ahora podría vengarme
de ella. Así que acumulé saliva y la dejé caer. Corrí a pegarme contra la pared
y escuché un grito de repugnancia.
¡Bingo, en todo el coco!
Como si no hubiera pasado nada, bajé las
escaleras corriendo y me detuve a mirar otra vez por el hueco. Quería verle la
cara a esa cretina que me había tratado tan mal. Al asomarme de nuevo, ella
estaba buscando como una loca un pañuelo entre los cajones, para ver que le
había caído en ese moño perfecto. La tentación era grande, volví a escupir y
ésta vez ella miró hacia arriba y el escupitajo acabó en…
Demasiado asqueroso, incluso saber que
para ella también lo fue, tomé el pasillo de la derecha y me acerqué a la
puerta de la biblioteca. La puerta se abrió sola ante mi sorpresa y allí
nuevamente él, se hallaba apoyado en la ventana. Se repetía la escena de la
noche pasada, Roland miraba el cielo. Anduve hasta él, cerrando después de
entrar y me senté en el sofá.
¿Podría conseguir algunas de las anheladas
respuestas de todo lo que me había sucedido? No quería perder más el tiempo, así
que le ataqué.
–¿Dónde está mi madre?
–Je
ne sais pas. –Me dijo sin moverse.
–¿Está viva o muerta?
–Ahora señorita Fiel, está siendo muy intransigente.
¿No os habéis dado cuenta que siempre que
le pregunto o le digo algo que le molesta, me trata de usted? Yo me di cuenta
en ese momento.
–Tengo que serlo cuando nadie me responde
nada. Dime, ¿está viva o está muerta? –las lágrimas traidoras subieron por mi
garganta desde ese lugar cerrado de mi alma, para agolparse en los ojos.
Si lloraba ahora, no sería capaz de
aparentar estar serena y me llevaría a otro ritual de preguntas con evasivas.
Chevalier se volteó y apoyó la cadera
contra la mesita que tenía a su vera. El jarrón que la noche anterior tiró por
la ventana, para evitar que yo se lo tirase a él a la cabeza, estaba en la
repisa de la chimenea. Remendado con cinta blanca aislante, a la espera de ser
reparado. Al parecer tenía que ser una pieza muy valiosa para que hasta rota,
la guardase en ese estado. Me miraba implacable como un chacal observando a su
tierna presa.
–¿No vas a responder? Me lo temía. Por lo
que daré tu nula respuesta como que eres el asesi…
–No sé si tu madre está viva, pero el
culpable se encuentra en París. ¿Te gusta más esa respuesta? Deja de acusarme
de lo que no soy.
Jadeé intensamente por su voz sedosa. No
podía alejar de mi mente la imagen sensual de él y yo haciendo el amor de forma
furtiva. ¿Cómo sería mi primera vez? Roland era perfecto para una primera vez.
¡No, no, no! Basta de pensar en eso. Chevalier era el asesino de mamá, el
atacante que nos halló en el callejón y aunque él dijese lo contrario, yo tenía
una espinita escéptica clavada en el pecho. Hasta que no me demostrase que
realmente no fue él, no dejaría de desconfiar.
–¿Dices que está en París?
–Ayer mismo estaba en mi hotel, pero hoy
ya está en Francia.
Carraspeé sobrecogida y parpadeé desconcertada.
Sonreí y me moví nerviosa, sin comprender lo que quería decirme. O sea, ¿el agresor
había sido huésped del hotel y ahora me lo mencionaba?
Como si me leyera la mente, dejó a un
lado la conversación con un ademán de la mano, como para quitarle importancia
al asunto. Yo cada vez estaba más confusa. ¡Que a él le diera igual el tema, no
significaba que podía dejar de hablar y ordenarme a mí lo mismo!
–¡Cómo que estaba en el hotel! –chillé,
no fue mi intención, pero lo hice.
–Baje el tono de voz, señorita Field. Yo
no lo supe hasta hoy.
Sospeché que me mentía.
Me dolía la cabeza y el picor se desplazaba
hacia la nuca y mis brazos. Me rasqué con ansia, reprimiendo las tremendas
ganas de patear algo o a alguien.
–Pero… –resoplé tan incomoda conmigo
misma, que me puse en pie y corrí hasta la ventana.
Un poco de aire limpio quizás me suavizaría
el picor y me relajaría. Las lágrimas escapaban de mis ojos, recorriendo la
grácil mejilla hasta caer sobre el alfeizar. No era justo lo que estaba
pasándome. Ray adulta volvía sobre su moto, para señalarme «sigue preguntando» pero estaba cansada. Desde hacía cuatro días, el mundo se
reía de mí. Yo tendría que estar en el instituto acabando mis exámenes, no
discutiendo con un tipo que ni conocía.
–Sé que tú no confías en mí, Ray. Pero Dave
siempre ha confiado en mí y vendrá a por ti. Ahora estás pasando por una
situación, en la que crees que nada de esto es real. Pero acabarás por entenderlo
y por fin abrirás los ojos.
–¿Y cómo voy a abrir los ojos si no me explicas
a nada?
–¿No lo he hecho?
–Te pregunté cómo sabías que era un
vampiro el que nos atacó y saliste corriendo de la biblioteca. Vampiros ja, ja.
–Satiricé molesta.
–Eso no es verdad. –Apretó los dientes
contra sus labios.
–¿No? Yo creo que sí.
–Preguntabas algo para poder delatarme, Ray
–hizo un largo silencio–. Yo no soy inocente, pero tampoco soy el asesino de
Melisa Field.
–¿No eres inocente? ¿Entonces crees que
está muerta? –dije con rabia.
Mis entrañas se removieron por dentro con
un latigazo certero en el corazón y sollocé.
–No
he dicho eso, muchacha. Si quieres que te ayude a encontrarla, tendremos que ir
juntos a Francia. No puedo dejarte huir de nuevo y menos, dejar que te
enfrentes tú sola a tu enemigo, sin los conocimientos de Cainner.
–¿Cómo sabes lo de Cainner?
–Te
leo la mente. Pero ahora no pienses en eso, no me preguntes como lo hago.
No abrió la boca.
No articuló palabra.
Todo fue mentalmente, que traspasó mi
cabeza y golpeó en mi cerebro. Su voz, aromática y atrayente con promesas de
placer, me hizo quedar relajada por un instante. No había caído en que me leía
la mente, ni pensaba en como me la leía. Su orden directa fue suficiente para
desviar la conversación hacia otra pregunta.
–Bueno, ¿entonces quieres ayudarme a
encontrar a mi madre?
–Eso he dicho, querida. –Le vi cierta
sonrisa de triunfo en los labios.
De nuevo retornaba a ocultar sus
alargados caninos.
–¿Los vampiros existen de verdad? –sabía
que no era eso lo que tenía que preguntar, era algo referente a leer la mente,
pero mi lengua se negaba a mencionar nada.
–Los vampiros existen, pero no son tus
mayores enemigos.
Bien, ahora íbamos avanzando un poco más.
–Entonces, ¿qué soy yo? –no sé si quedó
muy clara la pregunta, pero él parecía entenderme.
No existía más mundo alrededor. La
habitación quedó en un plano paralelo, las risas enlatadas llegadas del
restaurante, resultaban sordas mientras hablábamos. Roland Marné caminaba
alrededor del sofá, hasta detener sus pasos lentos y ágiles a pocos centímetros
de mí. Mutuamente nos estudiamos, yo pensaba que era el ser más bello del
universo, pero también quería odiarlo, pegarle. Él pensaba en poder abrazarme
para besar con su ágil lengua mi cuello y beber de mi sangre. Lo presentí.
–¿Qué que eres tú? Tú eres parte del
linaje más antiguo del mundo. Formas parte de los Caballeros de la Luz, o también
llamados Nobilium. Quedan muy pocos de tu estirpe, tú los llamas…
–Los llamo Cainner.
–Sí, no es más que un nombre bonito para
los primeros cazadores de la historia.
–¿Y crees que me voy a tragar semejante
trola, de que yo soy una loca, que se armará con estacas? –me eché a temblar de
la risa.
Inclinándome hacia atrás en la ventana, me
alejé de su impoluta imagen de caballero perfecto.
–Mon
amour, abre los ojos del alma y podrás entender todo lo que te digo. Eres
una Nobilium. Tendrás
el poder de presentir el peligro. El poder de abrir o cerrar un canal psíquico
para comunicarte sin hablar. Las Cainner mujeres, sois las compañeras de los impresentables
Terrae. ¿Lo vas entendiendo?
Denegué con un espontáneo movimiento de
cabeza. De hecho estaba demasiado mareada para prestar atención Que ironía, ¿cierto?
Volteé sobre mis talones, para posar la vista en el lujoso aparcamiento.
–Es un mundo complicado para comprenderlo
en media hora. ¿Prefieres esperar y hablamos mañana? –me preguntó, posando su
blanquecina y fría mano en mi hombro, acariciándome.
Yo sólo me encogí de hombros. Si os soy
sincera, creo que me tomaba el pelo. Vampiros, un linaje.
–Ay, muchacha, aún eres una niña.
–Ya no soy una niña, tengo quince años.
Hace tiempo que dejé de jugar con muñecas.
Sus pasos se alejaron hacia la puerta,
pero antes de que saliera, yo me envalentoné, mordisqueé mis labios con ansia y
corrí al sofá para sentarme.
–No te vayas, por favor.
–No me iré si prestas más atención.
El hombre cerró la puerta y volvió sobre
sus pasos, tomando asiento a mi lado en el sofá. Sonrió encantador ante esa
manía mía de colocarme un cojín en el regazo.
–Querías decir antes, ¿qué gente con mi
don, nace para luchar contra los vampiros?
–No es un don. Es una herencia de
familia. Por eso tu cuerpo reacciona dándote avisos, cuando uno de nosotros
estamos cerca.
–¿H-has dicho de nosotros? –me mordí las
uñas con ansias.
–He dicho eso, exactamente. –Sonrió
divertido y me alzó la barbilla, apoyando dos dedos bajo mi mentón.
–¿Eres… un vampiro?
–Obvio –se carcajeó ronco–. Sí, soy un
vampiro y disfruto de la visión de la muerte cuando me alimento.
Un no muerto me atacaba y otro me
ayudaba. ¿Acaso era una broma?
–Te podrías haber ahorrado la
explicación. Pero, ¿eres un vampiro de verdad? No lo pareces.
A él le tembló el cuerpo y se reclinó
contra el respaldo del sofá, riéndose a carcajadas. Estaba más calmado que
antes, podría jurar que confiaba en mí y ahora no estaba tomándome por
estúpida. Entornando los ojos sonreí contagiada por su risa ronca y por fin
pude ver esos dos grandes caninos que sobresalían de sus labios. Eran
sencillamente devastadores. Ansié matarlo.
De pronto mi cuerpo me golpeó por dentro,
el picor se intensificó y noté la alarma más suave conectando mi circuito
nervioso. Tras los muros del Blue Tie, pasaba algo.
–Marné, hay un pequeño detalle que no me
encaja en el puzzle. Algo sobre ti. –Ahora caía en algo muy, muy, pero que muy
importante.
Con suma curiosidad, Roland arqueó una
ceja e hizo ademán de levantarse, pero yo moví mi pierna y la dejé descansando sobre
una de las suyas. Él era un vampiro, tendría que estar aterrada. Pero no lo
estaba.
–Antes has dicho que el tipo que me atacó,
estaba hospedado en el hotel.
Aguanté un mohín despreciativo, más por
conciencia de su expectante expresión, que por otra cosa.
–Dije eso. –Susurró, sabía lo que se
avecinaba.
–Si no estabas en el lugar de los hechos,
cuando fuimos atacadas en el callejón, ¿cómo diablos sabes que él estaba aquí?
¿Acaso sabes cómo es, o quién es? ¡Fuiste tú el desgraciado que nos atacó, confiésalo!
–irascible, me lancé a por él con las uñas por delante, listas para magullarlo.
Mis gritos debieron de alertar a Robert
Alaya que entró cual toro bravo y se nos quedó mirando. Nos vio forcejear en el
sofá. Roland me agarró una muñeca, pero yo conseguí soltar el otro brazo y
asestarle un golpe contra el esternón. Luego siguieron más golpes. Cuando me
retenía las manos, yo contraatacaba con las rodillas, las piernas o la misma
cabeza. Pero no conseguí hacerle ni un misero rasguño. Y eso ofendió mi orgullo
dolido.
–¡Ray, quieta! –me gritó Roland, el
supuesto vampiro.
Alaya me agarró del cabello y tiró de mí,
hacia atrás. Alejándome de su señor.
–¡Suéltame,
maldita sea! –estaba endemoniada, con un genio de perros.
–¿Señor, que hago con ella?
Robert me atrapaba con sus brazos y a
pesar de su aspecto, de no parecer fuerte, era todo lo contrario. Yo apenas
podía moverme cuando Robert me retenía, me costaba respirar. Roland Marné, se
levantó del sofá con el único propósito de arreglarse su arrugado traje, para
estar más presentable.
–Déjala, no la pongas más nerviosa,
Robert.
–¡En cuanto me suelte, tú eres hombre
muerto! –le chillé amenazante.
Al mayordomo si le provoqué heridas, al
hundirle mis uñas en los antebrazos. Me pegó un empujón asustado al verse envuelto
en esa pequeña querella y choqué contra el pecho de Roland, este me volvió a
aprisionar.
–¡Suéltame! –me removí en sus brazos.
Le costaba retenerme.
–¡Me ha arañado! Es una gata salvaje,
señor. –Alaya se miraba la piel magullada.
–Ve a lavarte y cúrate esos arañazos. No
entres hasta que yo te lo ordene. –Decretó el vampiro echándose a reír, poniendo
una nota cómica donde no la había.
Mientras intentaba calmarme, cosa que era
muy difícil en ese estado, en la que tantas preguntas seguían rondándome por la
cabeza, él me apretó más contra su frío cuerpo y me besó la frente. Si se
sentía culpable por alguna cosa, me la estaba transmitiendo y eso me dejaba más
insegura.
El mundo volvió a girar a una velocidad
estable, las risas del restaurante y las voces de los comensales, taladraban mi
cabeza. Las voces masculinas resonaban sombrías. En el callejón había escuchado
hablar a mi atacante de esa forma. Volvían a mí, los malos recuerdos de ese día
y me asustaban.
Suspirando contra el pecho de Roland,
sollocé de nuevo y seguiría llorando muy a menudo por pura frustración.
–¿Más calmada? –ronroneó místico.
–Sólo dime cómo sabes que cara tiene mi
agresor. –Las palabras quedaron estranguladas, mientras seguía llorando.
–Si te lo digo, ¿volverás a intentar
pegarme?
–Ya veré. Necesito saber las cosas, Marné.
Antes de seguir, me dejó sentada en el
sofá y él se sentó a mi lado. Me reclinó hasta dejarme tumbada, Roland encima
de mí y yo sin fuerzas para rechazar su peso.
–La verdad, Marné. –Le repetí hastía por
su proximidad.
–La verdad, Brighid.
Esa noche estuve con el hombre que os atacó. Lo conozco muy bien.
Ladeé el rostro para mirarle
boquiabierta, pero no me dio tiempo a reprocharle nada cuando sus labios
entraron gélidos en contacto con los míos y me besó con frenética furia. Mis
manos se ajustaron a la forma perfecta de su pecho y lo empujé. Pero no
conseguí apartarlo.
Su rápida lengua jugaba con la mía,
obligándome a una entrega sin miramientos. Ladeó el rostro, yo lo hice hacia el
otro lado y jadeé necesitada de aire. Me cedió unos segundos para respirar, mientras
atacaba mi mentón, mi nariz y el lóbulo de la oreja. Con suaves besitos y
deliciosos lametones, que me quitaron el sentido. Roland conseguía hacerme
sentir amada y deseada.
Después de notar un pequeño mordisco
contra mi cuello, volví en sí, lo suficientemente rápido como para evitar una
catástrofe mayor. Lo empujé de nuevo usando todo mi cuerpo para tirarlo al
suelo, pero él se levantó elegante y magistral, sin apenas rozar el sofá y yo
caí al suelo, golpeándome la frente contra una de las patas de la mesita de cristal.
–He robado tu primer beso. –Ronroneó como
un caballero de brillante armadura.
Me apoyé contra el metal de la pata y
quedé allí unos segundos, preguntándome por qué me había besado. Si bien, aún
no conseguía calmarme del todo.
Ojeé el reloj resoplando mareada. Con
ganas de echar a correr y encerrarme en la habitación hasta que papá pasase a
recogerme y me llevase lo más lejos posible del hotel.
–¡Estuviste con el cabrón que nos atacó! –mi
voz se quebró dolida, olvidándome completamente del beso.
–De hecho estuve haciendo negocios con él.
Pero yo no sabía que él iba a por vosotras. –Declaró alejándose.
–¡Deja de jugar conmigo, me has jodido!
–¿Cómo dice, señorita Field?
Ahí volvía recatado y modesto, para
dirigirse a mí otra vez de esa forma.
–¡Sabías perfectamente todo desde el
principio! Es más, creo que sabes mucho y no me lo dices. ¿Acaso crees que soy
tan estúpida, para no comprenderlo? ¡Yo necesito saberlo todo!
Cogí con mi mano lo primero que encontré encima
de la mesita y fue un grueso cenicero de vidrio, demasiado lujoso para
estrellárselo en la puta cabeza. Lo solté y me giré bruscamente, demostrándole
todo mi odio, que a él no le pasó desapercibido.
–¿Sabe, señorita Field? Le he dicho la
verdad, su atacante ha regresado a París y aun así, sigue mirándome de esta
forma. Creo que nuestra conversación se ha acabado por esta noche.
–Claro, huye. Eso es lo más sencillo. –Protesté
molesta.
Él se ponía a la defensiva a su manera y
yo me quedaba con la palabra en la boca. Demasiado chocante era saber que dos
hombres de negocios habían estado juntos cuatro noches atrás y que uno de
ellos, resultaba ser un maníaco vampiro y el otro, el vampiro que me ayudaba a
sobrevivir del ataque del socio.
Me vino un vahído y Roland Marné me
agarró con suma delicadeza del brazo, obligándome a mirarle a los ojos.
–Siento lo que te ha pasado, siento no
haberlo impedido. No es la mejor forma de despertar al nuevo velo.
Volvimos a apartarnos. Roland ambiguo y
yo decepcionada. Me miré las uñas desconchadas y eché de menos mi neceser, para
volver a retocármelas.
–¿Al menos puedo llamar a mi padre? –le
pregunté a conciencia de saber, que él diría que no, pero para mi sorpresa me
dijo lo contrario.
–Claro, ahí tienes el teléfono. –Señaló hacia
una preciosa mesita auxiliar de los años cincuenta. El teléfono era antiguo, de
marcación manual, una reliquia de las que apenas se ven ya.
Cuando fui hasta allí para coger el
teléfono, Roland brotó ante la mesita surgiendo de entre las sombras.
Sorprendida, miré hacia atrás. ¿Cómo lo había hecho para llegar antes que yo?
Él ya estaba marcando el número y me tendió el auricular, con una simpática
mueca en sus labios.
Cuando Roland me tendió el auricular, me
dejó a solas dándome intimidad. Por lo que salió de la biblioteca.
Sonaron cinco tonos y colgué antes de que
saltara el contestador automático. Mi padre seguía sin contestar y yo comenzaba
a poner en duda, que Chevalier me dijese la verdad. Me estaba mosqueando. Si mi
padre no contestaba a mis llamadas, ¿quería decir que le había pasado algo? Tendría
que probar llamando a casa.
Así lo hice. Marqué con dedos temblorosos
el número de casa y esperé los primeros tonos. El primero sonó, el segundo le
siguió, el tercero apareció y el cuarto tono no se escuchó, porque la línea
telefónica se cortó.
Pi…pi….piii.
Las luces volvieron a palpitar sobre mi
cabeza. Se encendían y se apagaban de forma aleatoria, hasta que quedé de nuevo
a oscuras. Me estremecí y me acurruqué al lado de la mesita. En ese momento
chillé con los ojos desorbitados, una fuerte explosión llegada del jardín
retumbó los cimientos del hotel y tras el atentado le siguieron las metralletas.
Había empezado el segundo cambio de mi vida.
Los gritos de socorro de las mujeres que
estaban en el restaurante me destrozaban los tímpanos. Chillaban como si un
lobo feroz las abriese en canal, jugando con las sucias entrañas de la
ignorancia, destripando su belleza y despojándolas de la vida de la forma más
cruel. Los rugidos de unas bestias salvajes, me martillearon la cabeza. Mi
alarma se activó de nuevo, en estado de peligro, abofeteando mis sentidos como
Cainner.
Las cristaleras se rompían por las ondas
expansivas de las granadas que explotaban cerca de la fachada. Se desprendían
ladrillos y caían macetas de los balcones, destrozándose contra los adoquines
del jardín. Por los pasillos escuchaba a los huéspedes correr de aquí para
allá, vociferando cuando los atacantes disparaban contra ellos. Los berridos
eran inhumanos. ¡Qué ocurría!
La puerta de la biblioteca se abolló hacia
dentro, cuando algo se empotró de una forma violenta contra ella. Un chillido
se ahogó en mi garganta. Si me mantenía en silencio podría sobrevivir escondida.
Creo que vi entre el agujero de la madera una membranosa ala.
Me agitaba cubriéndome los oídos con las
manos, para no prestar atención a los gritos desgarrados y los gorgoteos de las
voces diabólicas procedentes del restaurante.
En la penumbra escuché otro silbido que
surcó el aire y acabó con el retumbo de un cuerpo desplomándose. Corrí a
ponerme en pie, para saber que estaba pasando en el hotel. Avanzando hacia la
ventana, tropecé con un cojín que había en el suelo y volví a caerme de bruces.
Apoyando las manos para alzarme, me levanté y finalmente me pude asomar, inclinando
mi cuerpo hacia delante, notando la brisa nocturna.
En el jardín de la piscina se estaba
llevando a cabo una batalla crucial de dos razas. Unos fornidos hombres de
cabellos albinos luchaban sin el menor esfuerzo contra las masas negras que me
habían atacado a mí, en el callejón.
Ellos iban armados con semiautomáticas,
pistolas, granadas y otras armas que me estremecieron de pavor. El sudor frío
surcaba mi nuca, hasta perderse bajando por mi columna vertebral. Mi estómago
se encogió, cuando una granada estalló y los escombros saltaron hasta la
ventana donde estaba asomada. Me cubrí el rostro con los brazos. Chillé. ¡Si
era una guerra entre seres de la noche, yo no quería morir!
La puerta de la biblioteca voló en dos y
salió despedida hacia el centro de la sala. Rompió la mesita de cristal,
aplastándola totalmente a su paso. ¡Menos mal que ya no estaba sentada en el
sofá! No tuve tiempo de agacharme, quedé con la boca abierta, apoyada de
espaldas contra el marco de la ventana. Entre el humo y la oscuridad, una
figura borrosa entró dentro y me miró fijamente. Yo no conseguía distinguir
quién era, pero su sola esencia inhumana me sosegó y me hizo sentir más viva que
nunca. Sabía que si él se iba o se alejaba de mí, el vacío de mi alma volvería
a torturarme.
Con él estaba segura.
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